Como todos los años, la RAE ha incluido en el diccionario palabras que ya hablábamos desde hace tiempo porque, como defendía el genial zamorano Agustín García Calvo: "La lengua de verdad, la lengua que la gente habla, no es de nadie." Y aunque él se refería al habla del pueblo frente a la dominación que el Poder intenta ejercer a través del lenguaje, la RAE acaba reconociendo lo que el pueblo habla y lo que el poder impone.

Las nuevas palabras -a mi entender más impuestas por el poder que por el habla del pueblo- son las siguientes: mensajear (poder tecnológico), brunch (dominación del inglés), beatlemanía (¿lo mismo que la anterior pero en música?), casoplón (popularizada contra Podemos), arboricidio y antitaurino (crítica o apoyo según quién la interprete), zasca (casi una onomatopeya para dejar al contrario sin palabras), y sieso y borde (superlativos de antipatía).

Muchas de las nuevas palabras han sido utilizadas o han definido la actitud general de los parlamentarios en el debate de investidura del nuevo gobierno, en el que se ha rivalizado en "zascas" y "borderías", a la vez que no se ha dejado de "mensajear" desde los escaños. Demostrando con ello que el poder político ha colaborado mucho en el reconocimiento de las nuevas palabras, y de las nuevas ideas que pretende imponernos.

Esta reflexión me trae el recuerdo de los años en que en el sindicalismo y la política de izquierdas discutíamos ardientemente sobre las palabras, cuando se pretendía -y se consiguió- cambiar el objetivo de defensa de la "clase obrera" por la de la "clase trabajadora", con el fin -decían- de no excluir a los nuevos empleados a quienes lo de obrero les parecía cosa de gentes con un mono de trabajo y las manos callosas manchadas de grasa. El proletariado pasó sucesivamente de ser denominado obrero a llamarse trabajador, empleado y parado; el parado a su vez pasó a ser desempleado; el patrón se llamó empresario y ahora emprendedor, frente a los cobardes que no emprenden. La clase obrera se dividió a su vez en "trabajadores por cuenta ajena" y "trabajadores por cuenta propia"; estos últimos pasaron a ser autónomos, y hoy en día han aparecido los "falsos autónomos", que trabajan para otros pero tienen que comprarse los medios de producción y arriesgarse como emprendedores, empresarios o patrones, pero dependen de éstos.

¡En fin! Todo lo dicho para demostrar que el cambio de las palabras no era casual ni inocente, sino que tenía como objetivo dividir a la clase obrera. Desde entonces los de IU de Zamora hicimos la pancarta que seguimos sacando cada 1 de mayo: Izquierda Unida con la clase obrera. ¡Re-sis-ten-cia!

Volviendo a la actualidad del debate de investidura, en el pacto de gobierno y su interpretación por la oposición el lenguaje ha tenido una gran importancia: donde unos ven "validación democrática a través de consulta a la ciudadanía de Catalunya", otros leen "referéndum"; donde dice "instrumentos y principios que rigen el ordenamiento jurídico democrático", unos leen "Constitución"; y donde dice "mecanismos previstos o que puedan preverse en el marco del sistema jurídico-político" otros leen "autodeterminación". Ya en el fragor del debate o la batalla dialéctica, donde unos defienden el diálogo propio de ésta, otros defienden la "dialéctica de los puños y las pistolas" de tiempos que parecían pretéritos.

Y siguiendo con debates de actualidad, para aclarar la discusión sobre politización y judicialización respecto a Cataluña, quiero recordar las palabras de un diputado de IU, Antonio Romero, de profesión jornalero, que cuando cuestionaban su falta de formación jurídica para trabajar como parlamentario, decía a los juristas: "Vds. estudian las leyes que yo hago en el Parlamento". Pues eso.

Más cerca en el tiempo y espacio, en Castilla y León (de momento), la indignación de los cazadores por el cambio del nombre de la "Ley de Caza" de toda la vida a "Ley de Gestión Sostenible de los Recursos Cinegéticos", demuestra lo dicho: la importancia del lenguaje para conformar un pensamiento, y para manipularlo. A ojo, la nueva denominación suena a ecologismo y animalismo, de ahí la instintiva protesta.

De la misma manera, más cerca aún, en Zamora y otras provincias despobladas, la denominación "España vacía" por "España vaciada" también les parece un agravio a algunos partidos políticos del poder, porque la primera parece fruto de un designio divino mientras la segunda denuncia las políticas económicas de los gobiernos y la reivindicación de un cambio.

Si tanto les molesta, tenemos alternativa reivindicativa: "Por una Ley Sostenible de los Recursos Homínidos del Territorio Ruralizado". El lenguaje puede con todo.

Menos mal que, volviendo a Agustín García Calvo: "La lengua de verdad, la lengua que la gente habla, no es de nadie. Con ella el Estado no puede hacer nada. Porque las reglas que tiene esta lengua, que es un pensamiento efectivamente, no existe nadie que las pueda controlar."

Así que nos salvamos mientras hablemos. Quizá por eso, la Fundeu del BBVA (un banco como saben) ha nombrado palabra del año al emoji o emoticono, que con una imagen pretende sustituir a mil palabras -según el dicho popular- pero que no llega a sustituir el pensamiento por una emoción pasajera.

Y ni siquiera una emoción como la que escribe y nuestro Claudio Rodríguez y podemos hablarla: "Pero tú oye, déjame / decirte que, a pesar / de tanta vida deplorable, sí, / a pesar y aun ahora / que estamos en derrota, nunca en doma, / el dolor es la nube, / la alegría, el espacio; / el dolor es el huésped, / la alegría, la casa."

(*) Teniente de alcalde del Ayuntamiento de Zamora