Si tuviésemos que elegir una palabra para describir todo el periodo de Navidad, ésta no sería "felicidad" en el sentido de "felices fiestas", sino más bien "provecho" en el sentido de "provechosos días". Días que sabemos cuando concluyen, el día de los Reyes Magos. Pero no queda claro cuando comienzan.

El espectáculo del "encendido de las luces" parece que inauguran este comienzo, en un día cualquiera de Noviembre y en función de la competencia y del rendimiento económico. En Málaga, por ejemplo, fue el día 29 de noviembre, pretendiendo desafiar al encendido de Londres y de Nueva York. Y en Vigo, el 23 de noviembre, pretendiendo tener el mejor encendido del planeta. Al que se añadía el propio espectáculo del alcalde socialista Abel Caballero, anunciando jocosamente la llamada de teléfono, por celos, de Bill de Blasio, alcalde de Nueva York. Ambas ciudades tienen algo en común: están en la misma latitud a través del Atlántico.

Indudablemente, toda esta puesta en escena, y espectáculo competitivo, traen el beneficio o el provecho económico que implican los miles de visitantes, la alta ocupación de hoteles, y el boom turístico de este tipo de Navidad de consumo. Pero en el otro lado de la balanza tiene su peso la inversión económica requerida en detrimento de otros servicios sociales o actividades municipales. Y también tiene su peso el tropiezo frontal de estar aumentando la contaminación lumínica y el consumo de energía eléctrica, frente a la reciente Cumbre del Clima celebrada en Madrid.

Sin embargo, la puesta en escena de la celebración del día festivo los Reyes Magos, nos trae consigo algo mucho más mágico que lo que puedan traer los encendidos. Nos traen el carácter humano y el caracter divino de como unos acontecimientos históricos siguen marcando el rol esencial que la religión cristiana tiene en la construcción del mundo moderno. A pesar de que en nuestra propia modernidad, de avances tecnológicos y globalización, la disolución o disminución de la fe en muchas personas sea un hecho. Estos tres Magos representan el reconocimiento, por parte del mundo pagano, de la encarnación de Dios. De cómo lo divino interactuó con el DNA humano. Tres hombres cultivados por la cultura y la espiritualidad y simbolizando, en aquel momento, a los europeos (Melchor), a los asiáticos (Gaspar) y a los africanos (Baltasar). Y venidos y guiados, por la luz de la estrella de Belén, hasta ese remoto e insignificante rincón del Imperio Romano. Los restos de estos Reyes se encuentran en la catedral de Colonia (Alemania), y sus figuras forman parte del pesebre junto al niño Jesús, la Virgen María y San José.

Sus ofrendas simbólicas de oro, mirra e incienso no representan en modo alguno que Jesús vino a nuestro mundo para resolver todos nuestros problemas. Al igual que Jesús no vino a hacer milagros para impresionar a los incrédulos. Más bien los hacía para compadecer a personas necesitadas. Todo ello en contraste con que ni los regalos, ni tanto comercio abierto, ni el consumo, ni los encendidos van a resolver nuestros problemas ni van a compadecer a los necesitados. Sin embargo, los regalos que vengan de parte de los Reyes Magos muy probablemente vendrán cargados de cierto simbolismo histórico y mágico conectados con el amor y el mensaje de Jesús.

Así que, buen provecho, y buenas experiencias, en este escenario simbólico de la Natividad. Donde nunca van a faltar dos acontecimientos más. Uno diseñado con lo científico, y otro construido con el azar. En lo científico y en lo celestial, los días previos a la Natividad terminan de acortarse (solsticio de invierno) para dar paso a que estos días comiencen a alargarse más. En el azar y en nuestro país, la lotería del Gordo, previa también a la Natividad, fundada en 1812 e iconografiada con motivos religiosos, crea ilusiones, canta ritualmente premios y concede ganancias que en muchos casos sirven para afrontar necesidades.

Cierto mensaje de lo religioso lo podemos encontrar en que esta lotería no se centra en repartir grandes cantidades para unos pocos ganadores. Por el contrario, los premios se reparten entre una gran cantidad de afortunados. Mientras que a quienes no nos toca, inclusive llevando números de administraciones tan dispares como la de Tíjola, Madrid y Santiago de Compostela, nos queda la otra celebración de lotería cargada del simbolismo de la Epifanía y de los Reyes Magos: la del Niño.