Siempre he desconfiado de la teoría de la "muerte del autor", que confiere tanta independencia a la obra creada que reprueba cualquier lectura crítica que incluya a su creador. Un producto de los estructuralistas franceses en su afán por eliminar al sujeto de la historia. La posición contraria, es decir, la que no disocia autor y obra, e incluso busca a aquel en ésta (y al revés), resulta muy pertinente para escudriñar la trayectoria plástica de Kely Méndez Riestra, cuya inquietante discontinuidad de estilo se explica ahora (Museo de Bellas Artes de Asturias, hasta el 23 de febrero) como fruto de una majestuosa conversión filosófico-espiritual, en el contexto de la larga enfermedad que la llevaría a la muerte. La selección expuesta enaltece a la vez su obra anterior, carga de sentido y hondura su agónica búsqueda, pletórica de arte, y reafirma la honradez radical de toda su carrera.