La segunda mitad del pasado siglo produjo un vuelco sustancial en las formas de vida con la casi desaparición del mundo rural tradicional y la enorme ampliación de otros ámbitos como es el urbano. Supuso también importantes modificaciones en las formas de vida, con movimientos constantes de población y la implantación del turismo masivo su constante intercambio de gentes con el fenómeno de las migraciones y el turismo. También se han desarrollado las nuevas concepciones comerciales, con los grandes hipermercados y supermercados y, a la vez, como contrapunto, han florecido los mercadillos, con su ambiente, su mercancía y su público, fenómeno con carta de naturaleza en todas las ciudades y con una serie de complicadas reacciones, en casos no fáciles de resolver, cuando la estructura de la planta urbana ofrece características poco favorables como es el caso de la de la capital zamorana.

Si hacemos un seguimiento de nuestro mercadillo desde su primitivo emplazamiento en los barrios de la Horta, saltando a la Estación para viajar mucho más lejos, casi a las Tierras del Vino, y por último volver a la Estación. Este ir y volver nos plantea determinados problemas, porque el mercadillo tiene su ambiente como tiene su mercancía y su público en determinadas circunstancias y esto exige una adecuada ordenación y una serie de normas muy claras, definidas y concretas, que deben exigirse por igual a todos, desde los puestos al público, de lo contrario se producirá malestar.

Junto a estos mercadillos, hoy ya una auténtica necesidad social, las ciudades han creado el otro mercadillo o rastrillo dominguero donde puedes encontrarte una revista del siglo pasado o unos calcetines de lana de los que se vendían en San Martín de Peñausende o en La Carballeda a finales del diecinueve. Hoy en nuestras capitales limítrofes por todos los lados el mercadillo dominguero es una realidad viva, siempre encuentras la sorpresa del año, porque en él afloran todas aquellas cosas que no tienen sentido para quien las posee y sin embargo las está esperando el que nunca pensó que iba a tropezarse con ellas cualquier domingo del año.

Voy a repetir algo que me duele recordar. También en la década del setenta del pasado siglo nació ese mercadillo dominguero a la sombra de los aficionados a la numismática y la filatelia cuyo lugar de reunión fueron los soportales de la Plaza Mayor zamorana durante años. Apoyados en ese interesante y fluido ambiente se solicitó y se creó el mercadillo, cuyo lugar fue la calle de Balborraz, como auténtico símbolo de lo que fue la artesanía durante casi dos siglos. Comenzaron a llegar de las ciudades que nos rodean sus gentes hasta el lugar, pero surgieron los genios del desarrollo, los sabios de las ideas claras, los salvadores nunca sabes bien de qué. Decían que allí había y se ofrecían plastilinas y cosas banales, sin duda soñaban con geniales creaciones de las que ellos nunca habían sido capaces, ni de realizar, ni siquiera de concebir mentalmente y tras varios revolcones e incluso la creación de una asociación para pedir su desaparición, aparte de otros fines no menos piadosos, se anuló el intento. De la asociación nunca más se volvió a hablar. Habían cumplido su misión gloriosa los héroes. Su gesta como su obra y sus obras están escritas en las sombras, que es el lugar donde habitan la ignorancia y la miseria moral de los malvados y de los miserables.

Que el mercadillo semanal tenga su sitio, y que ese mercadillo o rastrillo dominguero tenga el suyo. Esta ciudad fue de las primeras que lo puso en marcha y la única que no lo tiene. Eso es cosa de ustedes.