Hace ya algunos años, aproveché un viaje a China para buscar en una librería que me habían recomendado de Peking una extensa obra, cumbre de la literatura clásica de dicho país, que fue publicada de forma anónima en 1590, titulada Viaje al Oeste, la cual se le atribuye a un sabio de nombre Wu Cheng'en, y que ha dado lugar posteriormente a numerosos comics y videojuegos.

Cuando la encontré, estaba en una de las calles principales de la ciudad, tuve que subir a un primer piso y allí, para mi asombro, vi numerosas estanterías de madera de tablones reciclados, casi todas vacías. En algún rincón aparecían algunos volúmenes y casi todos tenían que ver con la revolución, eran de color rojo y tenían en la portada la foto de Mao. Apenas había clientes. La censura y la represión en que vivía el país había hecho estragos. Eso sí, los censores defendían esa postura para mejorar la seguridad nacional, para que no se perjudicase la estabilidad social, (se supone que la de todos los que detentan el poder) y para salvaguardar el honor del país.

Me quedé asombrada, porque nunca pensé que un pueblo con una cultura ancestral como aquel, no tuviera surtidas bibliotecas o librerías. Pero, eran otros tiempos. Todavía se cerraba la plaza de Tiananmén a las 5 de la tarde, acordonándola con jóvenes soldados que hacían guardia hasta la mañana siguiente, para que nadie pudiera reunirse en dicho lugar. Allí estaba el mausoleo donde se custodiaba el cuerpo de Mao Tsé Tung y el culto al líder era enfermizo, lo mismo que el férreo control del pueblo por los gobernantes.

Años después y gracias a Internet, pude hacerme con el libro.

En él se narran las aventuras de un débil monje del siglo VII, llamado Xuanzang, que fue obligado a reencarnarse, siendo expulsado del paraíso, por haber quebrantado las normas de Buda. El emperador le ordenó peregrinar a la India para buscar los textos de unos sutras o sermones de Buda o de alguno de sus discípulos, escoltado básicamente por tres seres inmortales, con cuerpo de animal y poderes extraordinarios.

Todos ellos se enfrentarían a numerosos peligros para encontrarlos, y fueron el rey mono, el más listo y famoso de los tres, nacido de una piedra, y gran conocedor de la doctrina del Tao, quien lucho contra el cielo, a quien Buda logró atrapar y encerrar bajo una montaña, por sus malas acciones, revolucionó a los seres celestes. Gracias al monje, consiguió la libertad y por eso se prestó a ayudarlo.

Un duende del agua, de carácter bonachón, en el que se podía confiar y un cerdo glotón empedernido que es el idiota de la obra.

Al final, logran regresar a su país con las sagradas escrituras y recibieron como premio puestos bien remunerados en la burocracia celeste. Como se puede apreciar, este es un hábito general en todos los gobernantes de cualquier época y nación, repartir puestos, porque a ellos no les da vergüenza derrochar el dinero del país, que acabaremos pagando entre todos.

Algunos estudiosos afirman que el libro es una sátira del gobierno chino de la dinastía de aquella época, pues pone en tela de juicio en numerosas ocasiones su sistema de valores, es decir, todas las reglas, fundamentalmente morales y sociales de conducta, aprobadas por una comunidad. Y no se trata simplemente de una novela de aventuras, sino que se adentra además en el interior del ser humano, para analizar las acciones que cada uno de los personajes ha de realizar y así alcanzar su perfeccionamiento espiritual o la iluminación.

Hace unos días, leí con tristeza una noticia en el periódico, que tiene que ver con la libertad de expresión, los libros y las listas negras. El gobierno de Pekín ha ordenado limpiar todos los centros estatales de libros inapropiados, para conseguir un ambiente saludable para la educación. Ya hace tiempo que el Ministerio de Educación del país ordenó purgar todas las bibliotecas de colegios e institutos para mantener los valores que ellos, los gobernantes, persiguen y así tener las mentes de los ciudadanos doblegadas. Es decir, han dado orden de silenciar a quienes son contrarios a sus ideas. Creen que con la censura conseguirán algo, pero es imposible.

Ralph Waldo Emerson afirmó que "Todo libro que ha sido echado a la hoguera ilumina al mundo". Pero esos ignorantes y fanáticos de sus ideas y de los espejismos pirotécnicos, no cambiarán de parecer, porque todo lo que se sale de su creencia no les vale para nada.

En una foto del periódico se veía a dos mujeres delante de una biblioteca quemando libros en una hoguera.

Una en cuclillas, va echando las hojas de los volúmenes "ilegales" al fuego, mientras la otra la observa atentamente. Cumplen órdenes.

En las librerías chinas actuales, no aparecen libros de las tres t, ni de los luctuosos sucesos de Taiwan, ni del Tíbet, ni de Tiannamén.

Si leer libros es abrir ventanas a la vida, de nuevo ellos empiezan a cerrarlas, por lo que el aire se volverá asfixiante y la rica herencia cultural, recibida durante siglos, se esfumará como el humo y ahí quedarán generaciones perdidas.

De todas formas, Buda propuso una bella teoría de las tres erres, que resume su filosofía y que los chinos puede que también estén obligados a olvidar: Respétate a ti mismo. Respeta a los otros. Responsabilízate de tus acciones. Con eso, no se necesitarían muchas más censuras, si hubiera calado algo de esta filosofía en las mentes de dirigentes peligrosos, obcecados y obtusos, que sólo piensan en mantenerse en el poder al precio que sea.

Qué gusto da tener libertad y poder leer o no, lo que uno quiera. De momento sigamos disfrutando de esa libertad por estas latitudes, hasta que lleguen otros visionarios, que los hay, a imponernos lo que debemos hacer y pensar.

Así son las tormentas de vida, unas veces se hacen viajes imposibles y maravillosos para conseguir textos perdidos que puedan ayudar a la perfección espiritual de los seres y otras, en el mismo lugar, se queman textos, que son patrimonio mundial de la humanidad, para mayor gloria y honor de los gobernantes que no tienen ningún interés en el pueblo, al cual usan, escudándose en la coartada de la defensa de un propio y falso sistema de valores, donde no existe las palabras libertad ni respeto y que sólo aspiran al sometimiento de la masa que no piensa.

Y, por si acaso sirve de algo, Buda dijo: "No creas en todo lo que digo, descúbrelo tú mismo".