Hace tres o cuatro años me incorporé a una antigua tertulia semanal de viejos socialistas en la cual salen muchas ideas que dan origen a estas columnas. En una muy reciente se abordó el tema que está de actualidad, lo que se ha dado en llamar "El nuevo orden mundial". Esta expresión tiene una venerable tradición se utiliza cada vez que un país busca agrupamientos a tientas, generalmente los encontraba con otros de cultura semejante y de la misma civilización, luego hacía coincidir los alineamientos políticos y económicos con sus ideales.

Samuel P. Huntington en el Choque de Civilizaciones cita que al final de la Guerra Fría, se habló de las aspiraciones de la "gran Serbia", la "gran China", la "gran Turquía", la "gran Hungría", la "gran Croacia", la "gran Rusia", el "gran Azerbaiyán", el "gran Irán" e incluso, la "gran Albania".

Durante estos setenta y cinco años cuando se celebraban reuniones internaciones con frecuencia los asistentes preguntaban ¿cuántas cabezas nucleares tienes para obligarme a ejecutar tu proyecto?. No se tenía en cuenta que uno de los elementos de creación de las distintas civilizaciones que han existido en la antigüedad clásica y en las modernas nacionalidades era la religión y la cultura, no la economía y menos la industria. Los fundamentos de la configuración europea se deben al pensamiento crítico de los griegos del Siglo de Pericles, al genio unificador de la Roma clásica, al ideal universal del cristianismo y a las hordas bárbaras de imponer por la fuerza bruta el modelo de sociedad bajo el mando de un Señor.

Pero la creación de una verdadera civilización del ideal de libertad europea incluso nuestra idea del hombre vino al mundo en la batalla de Salamina (septiembre de 480 a. de nuestra Era) cuando las fuerzas navales griegas derrotaron a las persas y cuando los griegos vencedores elevaron tras la batalla un altar al dios Zeus, dador de la libertad a su pueblo.

La tarea esencial ha consistido en establecer un equilibrio entre la lealtad al nacionalismo de Estado, la religión y la cultura, de tal modo que se puede practicar una religión sin que sea la mayoritaria en el país, ser ateo o agnóstico, poseer diferente cultura y sentirse ciudadano leal a la Nación-Estado. Lo que pone en peligro la unidad establecida es el nacionalismo exacerbado desproporcionadamente, de escisión o de imposición, y convertirlo en la última unidad cultural.

En Europa hoy sentimos que los nacionalismos extremistas han lanzado un desafío populista a los sentimientos de unidad europea y sentimos otra vez la necesidad de una unidad espiritual o al menos moral. Nos damos cuenta que la amenaza nuclear no es privilegio de ninguna potencia para imponerse a los demás. Israel es una potencia nuclear y los palestinos sólo tienen su fe para combatirlos, pero desde 1948 están en guerra permanente sin avanzar un milímetro para no seguir combatiéndose. Los Estados Unidos han perdido las guerras en Afganistán y en Irak y su influencia en el mundo, su presidente es objeto de chascarrillos en las reuniones internacionales con sus homólogos antes fieles servidores.

La impresión más aceptada es que hoy la política la están imponiendo las multinacionales, pero el mundo europeo tradicional tiene unas raíces más profundas, debemos ahondar en el humanismo y en las fuerzas cardinales, a la par sociales y espirituales, que contribuyeron a forjar la Unión Europea.