Greta Thunberg, la musa del circo ecologista, tiene el ceño fruncido y cara de asquito. A la pobre niña le están robando la infancia, pero no quienes ella sospecha sino los que la celebran en oleadas. Los niños cuando se enfadan, gritan y rompen cosas. Los adultos se han pasado la vida riñendo a los pequeños y ahora son los pequeños los que riñen a los adultos, lo dice Javier Cuervo con su agudeza habitual. Pero la bronca forma parte del número circense, que Thunberg transmite enfurruñada a través de quienes contestan las preguntas que se le formulan es que la amenaza del cambio climático se resuelve no de una sentada, sino con una sentada.

La contaminación ambiental no depende esta vez, como en otras viejas secuencias de la prehistoria, de los pedos de los mamuts. Es todo mucho más complejo. Por ese motivo cuesta profundizar en el movimiento que rodea al fenómeno Greta, que se parece al de Mr. Chance, el personaje de la aclamada novelita de Jerzy Kosinsnki, capaz de ejemplificar con su ignorancia la simplicidad de quienes detentan liderazgos y la superficialidad moderna.

Tomando como ejemplo a Thunberg, en este mundo todo tiene al menos dos versiones aunque una pueda resultarnos cabalmente insuficiente. Pedro Sánchez presume en las conmemoraciones de la Constitución de entendimiento constitucional mientras que sus pretendidos socios independentistas quieren fulminar la Carta Magna al tiempo que la pisotean. A Pablo Iglesias, el ex abogado lo denuncia por sobresueldos en negro y otras irregularidades financieras, mientras que él lo acusa ahora de ser un acosador sin haberlo denunciado antes por ello, en plena agitación del "MeToo".