Suele ser habitual la escena del evangelio de este domingo. Uno le pide a Dios cosas (salud, dinero y amor, por ejemplo, como dice aquella famosa canción) y una vez que el Señor parece que nos las ha concedido, como si se tratara del genio de la lámpara de Aladino, nos olvidamos de agradecerle dichos dones. Por no hablar de los innumerables beneficios que recibimos de Dios cada día. Por no hablar de todas las maravillas que Dios ha obrado en la historia de la salvación. Porque esto es para pensarlo despacio, oiga usted. Dice el filósofo católico norteamericano P. Kreeft que aunque fueras la única persona sobre la faz de la tierra Dios no habría hecho menos, no habría dejado de tomarse tantas molestias, habría sufrido toda la pasión simplemente por ti. Pero el caso es que nos encanta ser de todo menos samaritanos. Nos encanta presentar al Señor nuestras peticiones -y que nos las conceda, claro está-, pero lo de agradecer, eso ya es harina de otro costal. Por eso está muy bien que la Palabra de Dios de este domingo nos hable de sanación y curación, pero sobre todo de ser agradecidos con el que es la fuente de toda salud y salvación. Traigamos de nuevo aquí la historia. Jesús atraviesa por Samaría y diez leprosos, desde lejos, pues los leprosos tenían que avisar de su presencia -tal era su maldición-, le gritan que tenga compasión de ellos. Jesús los cura, pero hete aquí que solo uno se vuelve a darle gracias a quien le habían pedido la curación. Y resulta que era samaritano, un extranjero extraño para los israelitas (leproso, samaritano, lo tenía todo, el pobre). Jesús le invita a que vaya a ofrecer al templo de Jerusalén un sacrificio en acción de gracias por su curación -con lo que le deja bien claro al leproso y a todos que la curación proviene de Dios- y le dice que su fe le ha salvado, dejando bien claro que no solo ha venido a curar el cuerpo, sino también el alma y el espíritu, pues él es el verdadero cirujano divino. A día de hoy parece que muchas veces solo confiamos en la medicina científica, pero está demostrando que la psicología, la actitud y la fe del paciente cuentan mucho a la hora de superar una enfermedad. Con este evangelio Jesús nos viene a recordar que la fuente de la salvación es única y exclusivamente Dios y que el agradecimiento trae más bendiciones a nuestra vida. Porque el samaritano fue agradecido y acudió a quien le había curado, obtuvo una curación -podríamos decir- "completa". Esto pasa también en nuestra vida. Si tomamos el agradecimiento como estilo de vida, veremos la existencia con otros ojos, desinstalándonos de la queja inútil y comprobando la fecundidad de la acción de gracias. La proporción habla por sí sola: nueve desagradecidos frente a un agradecido. Pero fue el samaritano agradecido el que se llevó el premio gordo de esa curación total. ¿Y usted, querido lector? ¿Se lo quiere perder?