Me encantan los acueductos. No me refiero a esas obras que construyeron los romanos en algunos rincones del solar patrio: Segovia, Mérida, Tarragona o Almuñécar, por citar unos cuantos ejemplos muy significativos. En esta ocasión estoy aludiendo a esa sensación tan especial que se siente cuando no hay que ir al trabajo porque hemos encadenado cuatro o más días sin pisar la oficina, las aulas de clase, la empresa o el chiringuito donde uno obtiene las habichuelas. Desde el viernes y hasta el martes, la inmensa mayoría de los españoles estamos disfrutando de un inmenso acueducto. Algunos, como es mi caso, hasta el miércoles, dado que el martes 10, Día de los Derechos Humanos, es la fiesta de la Facultad de Ciencias Sociales, de la Universidad de Salamanca, donde trabajo. Como pueden imaginar, los acueductos son muy apreciados por la inmensa mayoría de los mortales. Algunos, sin embargo, despotrican contra tanto asueto y diversión. Así, piensan, no hay forma de progresar ni de salir de la crisis. ¿Hablarán en serio?

Imagino que sí. En cualquier caso, yo creo que la vida hay que tomársela muy en serio. Bueno, casi siempre, que tampoco hay que pasarse de la raya. O tan en serio, al menos, como la Constitución española de 1978, cuyo 41 aniversario hemos celebrado el pasado viernes en un contexto muy complicado, salpicado por los debates y conflictos políticos que rodean las negociaciones que se están realizando para la conformación de un nuevo Gobierno en España. ¡Ay, la Constitución de 1978! Aún recuerdo aquellas fechas, cuando este país empezaba a sacudirse el polvo histórico de la dictadura franquista y por las calles se respiraban aires de esperanza, por un lado, pero también el olor de la pólvora que hacían estallar los enemigos de la libertad (ETA, FRAP, Batallón Vasco Español, Triple A, Grupos Armados Españoles, Guerrilleros de Cristo Rey, entre otros). En aquellos años yo era un chaval que veía, escuchaba y no entendía casi nada. Intuía, sin embargo, que algo estaba sucediendo en España y que, por consiguiente, había que conocerlo a fondo.

Y así hice. Ya entonces me encantaba conocer los entresijos de la realidad política, social, económica y cultural de este país. Leía con verdadera pasión los periódicos y las revistas políticas de actualidad. No en balde, mi formación sociológica, adquirida de manera formal en la Universidad Complutense de Madrid algunos años después, le debe mucho a esos tiempos tan convulsos que ahora ya solo recordamos de cuando en cuando y que, sin embargo, siguen pesando como auténticas losas en la actualidad. En aquellos años apenas se hablaba de otros temas que, con el paso del tiempo, han empezado a ocupar las portadas y las tertulias de los medios de comunicación. Los debates sobre el cambio climático, por ejemplo, llegaron mucho después, hasta convertirse, como se está viendo estos días en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Madrid, en un asunto central de las relaciones internacionales y, de modo muy especial, del modo como entendemos y actuamos en nuestra vida cotidiana.