Aunque fue en el siglo pasado, algunos ya vivíamos en diciembre de 1948, cuando fue proclamada la Declaración Universal de los Derechos Humanos, elaborada por los países del mundo y de todos los continentes como ideal común para los pueblos y naciones, considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tiene como base el reconocimiento de la dignidad personal y de los derechos iguales de la familia humana. Como se recoge en el artículo primero: "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros".

Durante la elaboración de la Constitución de 1978 (también del siglo pasado) tuve la suerte de participar en los debates como Diputado constituyente, con responsabilidad y emoción consciente del momento en que vivíamos. En su preámbulo, o declaración de principios, se manifiesta que: "la Nación española, deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y, promover el bien de cuantos la integran, en uso de su soberanía proclama la voluntad de garantizar la convivencia democrática; consolidar un Estado de Derecho que asegure el imperio de la ley; proteger a todos los españoles y pueblos de España, en el ejercicio de los Derechos Humanos, sus cultura y tradiciones, lenguas e instituciones; promover el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida: establecer una sociedad democrática avanzada y colaborar en el fortalecimiento de unas relaciones pacíficas y eficaz colaboración entre todos los pueblos de la Tierra".

Como compendio de la ideología de la Constitución solo haré mención, como resumen, al artículo 14: "Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social".

Con excesiva frecuencia se abusa del término "histórico" para dar cualidad a determinados acontecimientos. Este no es el caso, para definir la importancia que ha supuesto la Constitución Española de 1978 en el acontecer del conjunto de nuestra sociedad, habiendo modificado las relaciones, poniendo a "España en su sitio" como afirmó el ministro de Asuntos Exteriores Fernando Morán cuando España firmó su adhesión a la Unión Europea.

Hoy treinta y tres años después, España con un Gobierno socialista (aunque sea en funciones) sigue demostrando su capacidad para organizar por encargo de Naciones Unidas y la complacencia y apoyo de la Unión Europea, la Cumbre del Clima (COP25). Eso sí con un gran esfuerzo y en menos de un mes.

Este nuevo tiempo de democracia y libertad nos ha acercado a la aspiración que expresaría Voltaire: "la Patria es allí donde me siento libre, donde tienes gente que te quiere y, a la que tú quieres". Porque hasta entonces vivimos de espaldas y en ocasiones unos contra otros en el silencio, cuando no con la persecución y la represión. Habíamos padecido un régimen autocrático cuyo comportamiento se estableció con el principio del poder y de la fuerza.

Aunque no podemos soslayar que estamos viviendo una situación de incertidumbre, que en algunos aspectos se asemeja a los tiempos de la Transición, en lo que se refiere a la necesidad de establecer un gobierno que con certidumbre y sosiego afronte los problemas normales que tiene un país democrático como lo es España. Como bien conocemos, los problemas y dificultades se podrían acentuar, si esta situación se prolongara.

Frente a estas condiciones, solo quiero mostrar mi preocupación y la de muchos ciudadanos españoles, ante la aparición de los nacionalpopulismos, en sus diversas versiones, que no deberíamos infravalorar.

Yo no creo que todos los tiempos pasados hayan sido mejores. Lo demuestra que la Constitución de todos los españoles, que cumple 41 años, nos libró de la dictadura y nos acercó a los avances sociales, económicos y políticos, en definitiva a la Libertad.