Madrid con algo más de tres millones de habitantes (Sin tener en cuenta el área metropolitana) ha invertido tres millones de euros en la iluminación de Navidad de este año, o sea que ha salido a algo menos de un euro por habitante. Una ratio parecida a la de Zamora que con poco más de sesenta mil habitantes ha empleado cincuenta mil euros. Cierto que otras localidades han tirado la casa por la ventana, como es el caso de Vigo, donde han gastado casi un millón de euros, para una ciudad próxima a los trescientos mil, o sea, que cada vigués ha llegado a poner algo más de tres euros.

Se haga lo que se haga, la iluminación de Navidad siempre resultará polémica, porque nunca nos pondremos de acuerdo en cuánto hay que gastar en ese capítulo, ni cómo ha de ser su diseño, ni cuantos días debe permanecer encendida. Es que pasa algo parecido que con la selección española de fútbol, en la que cada uno tiene en su mente una alineación diferente, ya que hay múltiples criterios y cualquiera de ellos tan respetable como los demás.

Lo que sí parece claro es que esa iluminación, a base de repetirse, se ha llegado a convertir en una obligación, y cada ayuntamiento, a su manera, y con sus medios, debería intentar hacer lo posible para contentar a la mayoría de los ciudadanos. Así, en nuestra provincia, en Puebla de Sanabria, una localidad con algo menos de mil quinientos habitantes, se han empleado sesenta mil euros, lo que vienen a resultar cuarenta euros por cada sanabrés empadronado en Puebla. Málaga y Barcelona han dedicado algo más de un euro por habitante, y Zaragoza, una de las más rácanas, apenas veinte céntimos de euro.

Sea rácano o sea excesivo el presupuesto, lo cierto es que hay que medirlo no solo por el grado de satisfacción que perciben los ciudadanos empadronados allí, sino también por la rentabilidad obtenida, pues en más de un caso ha servido de publicidad contribuyendo a mejorar la imagen de la localidad y aumentando sus ingresos por turismo.

Y si no hay manera de ponerse de acuerdo con la iluminación navideña, menos aún en la manera de presentar el "Portal de Belén" y la caravana de los "Reyes Magos". Porque, aunque generalmente se opta por representaciones más o menos clásicas, siempre hay algún ayuntamiento que pretende llamar la atención a cualquier precio, y monta algún diseño que no solo se sale de lo convencional, sino que trata, de alguna manera, molestar a la gran mayoría que prefiere que no le rompan los esquemas de toda la vida. En esa línea está Barcelona que se lleva la palma, ya que en los últimos años viene montando algún tenderete que necesita de explicación para poder interpretarlo. Este año unas estanterías, con objetos de distinta índole, propias de un almacén del Rastro madrileño, al parecer es el portal de Belén, aunque sea algo tan incomprensible como si los anglosajones en lugar de poner como árbol de Navidad un pino o un abeto, pusieran una palmera hawaiana.

En Madrid, durante el mandato de la alcaldesa Carmena, también cayeron en la tentación de provocar y sacaron a unos Reyes Magos que eran una mezcla del hada madrina de la Cenicienta y Merlín el encantador. Y así lo vio la gente, porque las costumbres son eso, solo costumbres, y no representaciones del teatro del absurdo.

La mayor parte del dinero empleado en estos eventos se trata de dinero público, de manera que las "ocurrencias" deberían pagárselas cada uno de los "ocurrentes", según sus gustos, pero con el dinero de todos parece lógico que se trate de ofrecer a las mayorías aquello que, aunque puede que no nos guste a algunos, a ellas pueda satisfacerle. Porque una cosa es estar en desacuerdo con ese tipo de eventos, o con no querer dar pábulo a la religión católica y sus tradiciones, y otra muy distinta tratar de inventarse celebraciones que no lo son. De manera que, si se decide hacer una representación de la Navidad o de los Reyes Magos, no queda otra que ajustarse al guión, y en caso contrario siempre podría montarse una performance con Superman o con la cabra de la Legión, por poner por caso, pero eso ya sería otra cosa.