Cada vez que alguien se queda con dinero de otro, o de otros, nos preguntamos qué es lo que va a pasar con lo que ha robado. ¿Lo va a devolver el delincuente? ¿Cuándo? ¿A quién?

En el caso que el dinero se hubiera sustraído a las arcas del Estado, la pregunta continuaría siendo la misma. ¿Quién o quiénes van a restituir el dinero esquilmado? Pero se da la circunstancia que no suele obtenerse respuesta a tal pregunta, quizás, porque no suele devolverse. En el caso de la delincuencia común, él o los ladrones suelen esconder el botín en sitio seguro, donde les esperará incólume hasta que salgan de la cárcel, si es que alguna vez llegan a entrar en ella porque los jueces así lo hayan decidido. En otras ocasiones son los testaferros o los paraísos fiscales quienes se encargan de custodiarlo de manera impoluta, una vez blanqueado, hasta que el chorizo de turno decide disfrutar de él.

Cuando se trata de dinero perteneciente al Estado, o lo que es igual, al conjunto de los españoles, el delito reviste mayor gravedad, porque significa que se nos ha estado robando a cada uno de nosotros. Lo malo de estos casos es que, como se prodigan con tanta regularidad, la sociedad ha llegado a acostumbrarse, y parece no condenar tal tipo de delitos. Y es que, a fuerza de tanto repetirse, puede llegar a parecer que es algo consustancial al cargo que los susodichos ocupan. Pero sabemos que eso no es así, sino, más bien, todo lo contrario, porque quien administra tiene la obligación de cuidar el dinero de los administrados con mayor dedicación y esmero que el suyo propio.

Ahora ha sido el escándalo de los ERES, antes lo fue el de la Gürtel, y en distintos momentos otros de menor trascendencia mediática. Como consecuencia más de 1.700 causas han sido abiertas con más de 500 imputados y, que se sepa, nadie ha devuelto un ochavo o, en el mejor de los casos, alguna cifra irrisoria, porque los partidos echan la culpa a los acusados, y los acusados a los partidos o al empedrado, de manera que nadie viene a reconocer los delitos, y mucho menos a devolver los dineros hurtados.

No parece mucho pedir que sea publicado un informe con el debe y el haber de esta cuenta que, desafortunadamente, presenta siempre un saldo negativo en detrimento del Estado y, consecuentemente, es la sociedad quien se ve obligada a repararlo.

En el caso concreto de los ERES, y dado que, según parece, los más de seiscientos millones esfumados fueron repartidos "graciosamente" entre un número elevado de "beneficiarios" (presuntamente amiguetes del partido) la cantidad de implicados es aún mayor, pues no solo se han pringado los "repartidores", sino también los "beneficiarios", ya que estos últimos sabían de sobra que las prebendas que recibían no les correspondían por derecho. Si no fuera por su trascendencia se tomaría a chufla ese caso, del que se ha hecho eco toda la prensa, en el que un señor sin haber pisado en su vida una mina, y merced al dedo de algún "benefactor", pasó a cobrar subsidio de minero.

El hecho de juzgar, y condenar en su caso, a los causantes de estas malversaciones, o, mejor dicho, a los imputados que ha podido probarse que eran culpables, está muy bien, porque dice mucho a favor de la justicia, pero, lo cierto es que cada uno de los delincuentes que van a acabar en la cárcel va a costar un dinero al erario público (Según el diario Expansión, sesenta y cinco euros al día, o sea, unos veinticuatro mil euros al año), de ahí que se les debería exigir que devolvieran, al menos, parte de lo saqueado, afanado o trincado, para cubrir esos gastos.

Una devolución de lo usurpado permitiría igualar el debe y el haber de la cuenta de la corrupción, porque lo de pedir perdón está bien, pero no sirve de mucho, ni arregla lo desarreglado. Lo que sí serviría para reparar el daño causado, no sería otra cosa que la restitución de lo que se ha sustraído.

Pero claro, eso es pedir por pedir, ya que las leyes permiten poner en la calle a los presos cuando los expertos convienen en que se comportan bien en la cárcel, y también cuando éstos manifiestan estar arrepentidos, cosa que nadie puede llegar a creerse (Lo de estar arrepentido) porque, para que fuera así, primero tendrían que haber devuelto el dinero distraído y usurpado, y eso, ni sucede, ni tiene pinta que sea realidad algún día.