La llegada de una antología fotográfica del Museo del Prado a Zamora es acontecimiento que este diario ha anunciado y celebrado como corresponde a un evento cultural tan importante por la categoría de las obras maestras que divulga. Es iniciativa que no dejamos de aplaudir por ser una buena manera de acercar el patrimonio cultural que nos pertenece a todos. Sin embargo no deja de sorprender que esta muestra se ponga a recorrer España tan tarde. Ya tocaba. Máxime cuando no vemos motivos para que no se hiciera muchísimo antes. Un museo de la categoría del Prado debería ser asequible al público que no se desplaza habitualmente a Madrid. El edificio que alberga tantas joyas del genio humano es un templo de arte cuya ceremonia y contenido debería proyectarse y transmitirse como si de actos religiosos se tratara, con parecida veneración y fervor. Ya tocaba sí. Parecidas muestras a la que contemplamos en Zamora se llevaron a cabo en los tiempos de Las Misiones Pedagógicas de la República, cuando el Estado disponía de menores medios y recursos. No es explicable este retraso histórico de acercar los lienzos de los genios de la pintura a las escuelas e institutos, a los pueblos y villas donde vive gente alejada de la capital del reino pero no de la curiosidad o el interés por lo mejor de nuestros tesoros, que parece mentira nos pertenezcan.

Un servidor era un adolescente del rural cuando me llevaron al Museo del Prado por vez primera y nunca olvidaré aquel deslumbramiento, aquella emoción del estudiante de bachillerato que sólo había entrado en historia del arte con un texto de fotos en blanco y negro. Lo más bonito que había contemplado hasta entonces, en color meritorio, eran las tablas y pinturas de las iglesias. Más tarde tuve la suerte de hacer la carrera de historia en Madrid por lo que las visitas al Museo fueron necesaria y gozosamente frecuentes, pero los libros ilustrados de arte eran muy caros y a mayores sólo de consulta en bibliotecas, no en préstamo.

Ya de docente disponíamos, en Colegios e Institutos, de diapositivas enviadas por el Ministerio. Pero el Museo del Prado, como institución, no tenía mucha conexión con el mundo educativo, a excepción de cursos para el Profesorado, mayormente residente en Madrid o cercanías.

Acabo de ver, recomendada por un amigo cinéfilo, la película "La gran belleza". Un largometraje que, como secuela de la "Dolce vita" de Fellini, nos presenta el desencanto de gentes cuya vida transcurre en el marco de valiosas obras de arte que el paso del tiempo engrandece. En la película de Sorrentino, frente al arte sublime, el arte de vivir se convierte en intento frustrado de tener una existencia libre de la resaca y vacío que vidas inquietas desean febrilmente satisfacer. En esta situación de desaforo anímico las estatuas miran indiferentes a esas vidas como si las obras de arte, con su vida hecha y concluía, se compadecieran del ansia humana insatisfecha. Fugacidad de la vida versus eternidad del arte.

La gran belleza del Museo del Prado también reside en lo que las pinturas retratan de nosotros mismos. Todo está allí pintado, el vicio y los misterios, la religión y los mitos, el paisaje, el bodegón, las guerras y las tardes soleadas de primavera, el miedo, la ternura, la paz y la guerra. Seguro que todos encontramos allí una tela pintada con primor que puede valer como telón de fondo de nuestra vida, o al menos de momentos importantes de la misma. En el Prado estamos nosotros, y además es nuestro. ¡Qué más podemos pedir sino tenerlo cerca como a un ser bien querido!

La celebración del bicentenario de la pinacoteca llega hasta los billetes de la lotería de Navidad donde podemos contemplar un cuadro de Rafael Sanzio. Lo cierto es que mucha gente desconoce que el premio ya nos tocó desde que esa inmensa riqueza artística fue declarada patrimonio nacional. Es de agradecer el empeño y dedicación de la gente, profesional y empleada del Museo, que a lo largo de tantos años ha hecho posible la conservación, guardia y custodia de las piezas.

Esperamos que, tanto por reproducción fotográfica, o mediante copias autorizadas, no pare la trashumancia de ese rebaño fecundo de obras de arte que tanto nos enriquece a todos.