Somos muchos, más de los que se pueden imaginar, pero no interesamos a nadie. Ni siquiera tenemos un nombre, así es más difícil hacerse ver, ¿para qué? Esto no vende, no somos emigrantes de esos que se tiran a la cara unos u otros según convenga, tampoco somos refugiados, ni expatriados, no cabemos en las estadísticas, somos invisibles.

Pero somos, existimos y vivimos con ello. Estamos lejos de casa, a veces a mucha más distancia de la que marcan los kilómetros, casi siempre a más horas de viaje que todos esos que han huido de la crisis a buscarse la vida lejos, pero aún así nadie hablará de nosotros. Vivimos lejos, hemos tenido que salir de nuestra tierra, la llevamos con nosotros de una manera terrible, agarrada muy adentro y sin haber traspasado ninguna frontera real nos sentimos siempre al otro lado.

Podría estar hablando de cualquier hombre o mujer, joven o niño (a estos también les afecta) que ha tenido que salir de su "patria chica" (curioso nombre este) para perseguir un sueño, una esperanza, una vida diferente, o quizá sólo para poder llenar la nevera. Esto último es más triste, sí, pero también es real, aunque se pierda un poco la poesía.

Es posible que todavía no sepáis de lo que hablo, ya os digo que no está de moda hablar de esto, no da votos, ni horas de televisión, ni siquiera "likes" o "followers"; os hablo de toda esa gente que hemos tenido que dejar atrás los pueblos o ciudades de nuestra infancia (casi siempre pueblos, pequeños paraísos para los que los conocen de primera mano y de primer aliento) para ir a otras partes de España (ya os decía que no somos emigrantes, no tenemos esa categoría ni atención, por poner un nombre hay quien nos llama desplazados...) y ver desde la lejanía como nuestros pequeños países de "Nunca Jamás" se vacían y se mueren, para convertirse en lugares sin ley ni rutina, sin día a día, en escenarios para unas vacaciones de paz y descanso en algunos casos, en otros para ser simplemente engullidos por el aburrimiento y la calma. Y todo esto lo hacemos sin protestar, sin alzar la voz, sin atrevernos a que nadie sepa de nuestra "desgracia" (ya sé, no es para tanto, pero es para ti, que nunca lo has vivido así, déjame a mí con mis problemas del primer mundo...) y además teniendo que estar agradecido a esas otras ciudades que nos acogen y nos aceptan enseguida en sus engranajes imparables, de llegar, producir, dormir, descansar cuando te dejan e ir tiñendo todo de blanco y negro.

Todo esto lleva tiempo dando vueltas en mi cabeza, pero es ahora cuando todo el mundo tiene algo que reivindicar, alguna independencia, alguna deuda histórica, algún feo nacional, cuando me he decidido a darle rienda suelta a este pensamiento. Nosotros, normalmente castellanos (de las dos Castillas), extremeños, gallegos (normalmente de los del interior) aragoneses o procedentes de cualquier otra parte del interior de España, ese interior cada vez más vacío y golpeado por la despoblación, nos hemos acostumbrado a no pedir, a no protestar, a no levantar la voz, vaya a ser que encima nos caiga algún palo por hablar. Además qué vamos a pedir nosotros, si no tenemos nada con lo que amenazar a nadie, si desde tiempo inmemorial hemos sido los peones de otros, los que hemos tenido que ir a apagar los fuegos de todos aquellos que se creen con más derechos y se atreven a reclamarlos, nosotros que salimos como mano de obra barata (en unos casos más que en otros) camino a otras zonas más prosperas (o que interesaba que así lo fueran).

Nada.

No podemos pedir nada, o sí, pero nadie nos va a escuchar, no somos nadie, no tenemos nombre, no interesamos, no contamos, no tenemos ningún lugar donde hacernos oír, simplemente somos nosotros, o más bien, somos cada uno de nosotros, uno más, nada más.