Mucha gente en este país sigue sin darse cuenta de hacia dónde vamos.

Tras el nacimiento de la democracia en nuestro país, uno de los aspectos más significativos fue la superación de la idea de las dos Españas, que se produjo cuando unos cuantos mandatarios se habían encargado de fomentar el odio entre los ciudadanos y debido a todo ello, se generó la guerra fratricida (familias contra familias, hermanos contra hermanos) de oscura memoria.

La Constitución y como consecuencia de ello, la recién estrenada democracia, hicieron posible el desarrollo de un proyecto con el que se podía mirar hacia el futuro, superadas angustias y miedos propios de un país enfrentado. Fue costoso llegar hasta allí, sin embargo, todos los partidos políticos con sus dirigentes al mando asumieron el papel de mirar hacia adelante y mereció la pena, por el aire de libertad que pudimos respirar, la ausencia de todo radicalismo y el progreso de modernización económico y social que se generó.

El radicalismo debe entenderse, no solo como un tipo de ideología de derechas o de izquierdas, repito, de derechas o de izquierdas, que defiende la eficacia de cambios drásticos en todo tipo de estructura, política, económica, social, para mejorar las condiciones sociales, sino también como una actitud extrema e intransigente de las personas que no admiten términos medios.

El radicalismo se nutre de los nacionalismos y de la debilidad y del miedo generado en los ciudadanos para que no defiendan una forma de pensar dominada por la razón y la Constitución aprobada por todos. Tenemos en Europa el ejemplo en la antigua Yugoslavia, miles de muertos y un país totalmente destruido.

Han pasado muchos años y volvemos al punto de partida. Unos desalmados, que sólo se han preocupado de enrocarse en el aparato del poder, han fomentado de nuevo la idea de las dos Españas, para poder dirigir el cotarro, defendiendo ideas extremas para superar dicen la pobreza y aumentar el bienestar social, ideas que han desmontado con la actuación en su vida cotidiana, con una falta total de vergüenza y moral para labrarse un futuro con el que ni soñaron, donde prima fundamentalmente su enriquecimiento personal a costa del sufrimiento de los demás. Y en estas estamos de nuevo.

La analista política croata, Slavenka Drakulic, que ha sufrido en sus propias carnes el hecho, asistiendo a la desintegración total de su país, denuncia el camino que han tomado algunos de nuestros dirigentes, potenciando los nacionalismos y como consecuencia el enfrentamiento entre las personas, haciendo suya la máxima, divide y vencerás.

Recordemos que el radicalismo no es sólo de derechas, el de izquierdas es igual de intransigente y extremo. Sin embargo, aquí solamente se demoniza al de derechas, porque es progresista y moderno, hacer ese tipo de crítica.

Es necesario estudiar la historia del mundo para darnos cuenta de que Lenin (uno de los mayores asesinos de la historia) y su extremismo izquierdista acabó con millares de seres, lo mismo que hizo Hitler.

Sin embargo, les ríen muchos las bromas a los izquierdistas extremos y no le pasan ni una a los extremistas de derechas. No entiendo nada.

Slavenca nos advertía en 2017 que el virus del nacionalismo era muy peligroso y había despertado en España, lo que le recordaba el germen de la desintegración de Yugoslavia.

Varios ejemplos lo certifican el ascenso de Vox y Podemos y el levantamiento y los enfrentamientos de grupos minoritarios nacionalistas, no llegan al 50% de los ciudadanos en Cataluña, hoy por hoy, parte de España.

Hoy empieza España a estar dividida de nuevo, para mayor gloria y poder de los radicalismos de izquierdas y de derechas.

Los ciudadanos liberales, que no creemos en voces de sirenas, asistimos atónitos al ascenso de estos oportunistas de pacotilla que azuzan a las masas para que las emociones empiecen a arder y para que la razón y la moral den un paso atrás. Esto es sólo el principio de lo que está por venir ahora, un nuevo modelo chavista-bolivariano.

Es así como la muerte y la destrucción acaban haciéndose dueñas de los países. La mecha del polvorín ya ha sido encendida y nos costará muchos años volver a apagarla para poder llegar a una convivencia pacífica en democracia real.

Dominar el odio o extinguir la violencia y el fuego nunca ha sido tarea fácil.

Ya tienen justificación los radicalismos de izquierdas y derechas para empezar el proceso de desintegración.

La tarea de nuestros gobernantes, si tuvieran sentido común, es hacer que tal desastre no se repita, pues en sus manos está dejar de fomentar esta catástrofe, pero dada su ideología nos quedan pocas esperanzas de llegar a buen puerto.

Por eso es deber de todos los ciudadanos plantearnos de forma razonada, qué tipo de país queremos tener y votar en consecuencia.