No quiero que mi comentario de hoy se interprete en términos políticos de partidos, pero sin duda que si estamos atentos a la realidad, sin ser agorero y sin saber exactamente lo que en estos días se barrunta en torno a las propuestas del nuevo gobierno, no podemos cerrar los ojos. Ni antes ni ahora. Quizá los cristianos no hayamos estado a la altura y por eso la necesidad de salir de nuestras seguridades.

La mentalidad catastrofista o apocalíptica de los primeros cristianos que está en la base del evangelio de hoy resultaba estéril porque se quedaba en cálculos y señales del cielo sin comprometerse con los problemas del mundo. Este mismo peligro nos afecta también hoy porque estamos llamados a un compromiso sociopolítico inteligente, honesto, lucido, para que desde las instituciones, partidos u otras instancias no solo se oiga la voz del Evangelio sino que se traduzca en la lucha por la defensa de los derechos humanos, la igualdad real de todos los ciudadanos en las diferentes regiones, la verdad y la libertad, la dignidad del no nacido o la del enfermo terminal, la atención a los pobres, la búsqueda de soluciones justas en el mundo laboral, sanitario y educativo.

Jesús dice: Así tendréis ocasión de dar testimonio. La persecución, la cárcel y los juicios injustos no se deben ver como algo puramente negativo. Ofrecen la posibilidad de dar testimonio de Jesús, y así lo interpretaron los numerosos mártires de los primeros siglos y los mártires de todos los tiempos. Y añade el evangelista la confianza y la esperanza: ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. Más bien habría que decir que perecerán todos los cabellos de vuestra cabeza, pero salvaréis vuestras almas, que es lo importante

Lo que nos debía preocupar de verdad es lo que está mal por culpa del hombre. Ahí nuestra tarea es inmensa. A Jesús le asusta no tanto el fin, como la actitud de cada uno ante la realidad actual ("antes de eso"). ¡Que nadie os engañe! La advertencia vale para hoy. Ningún problema social, económico o político por grande que sea nos podrá derrumbar, si sabemos mantener la actitud adecuada. No es fácil. La realidad no debe perturbarnos. La seguridad no la puede dar la falta de conflictos (siempre los habrá), ni la promesa de felicidad, sino la confianza en Dios. Puede ser que la desaparición de esas seguridades nos ayude a buscar nuestra verdadera salvación. Decía ya San Ambrosio: "Los emperadores nos ayudaban más cuando nos perseguían que cuando nos protegen". Desde tu oración y reflexión pide al Señor la sabiduría para actuar en consecuencia.