Un amigo mío, empedernido enemigo de los hospitales y de cualquier otro lugar donde llegue a manifestarse de manera palpable el dolor, a quien una gota de sangre le hace perder el conocimiento, típico hipocondriaco al que cualquier síntoma de cualquier enfermedad es copia exacta de lo que él siente en determinados momentos, decidió un día dar un paseo por el campo. Quiso el destino, y la buena o mala suerte (Según cómo se mire) que, tras haber dejado el coche en el borde de un camino, acertara a ver a una mujer lastimada, tumbada boca abajo sobre el suelo, cubierta de sangre, presumiblemente fruto de una acción violenta. Lejos de huir en dirección contraria, o de hacerse el despistado, tras comprobar que se encontraba con vida, la incorporó, la metió en su coche y la trasladó a un centro sanitario para que fuera atendida debidamente.

Me lo contó una hora después en una cafetería, tomando una cerveza, con tranquilidad pasmosa. Lejos de encontrarse nervioso o excitado por haber sido testigo de tan cruenta escena, estaba sereno y relajado. La razón no era otra, que, hasta aquel día no había habido en su vida ninguna circunstancia excepcional que le hubiera ayudado a conocerse a sí mismo, y ahora acababa de descubrir que, ante determinadas situaciones, y en determinados escenarios, desaparecen los traumas, los egoísmos, y las memeces, y salen a la luz los sentimientos, el amor y la solidaridad.

Y es que, realmente, se da la circunstancia que, de no ser en situaciones extremas a los seres humanos nos resulta difícil llegar a conocerse, de la misma manera que también, difícilmente, podemos conocer, con cierta aproximación, a los demás.

Pero existen individuos que, sin haberse visto en ese tipo de situaciones, ni haber indagado en la historia de los demás, se atreven a apostillar, e incluso a pontificar, sobre lo que son y lo que no son, o lo que somos o no somos capaces de hacer, y se quedan tan tranquilos. Y esos personajes dan miedo, porque si bien es cierto que desde fuera se suelen ver la cosas mejor que desde dentro, no es menos cierto que los individuos a los que me refiero no están ni dentro ni fuera, sino esperando que caigan las castañas del árbol, puesto que nunca se han molestado en preguntar, ni enterarse de dónde y cómo vivimos, y lo que hacemos o lo que pensamos.

Entre esos individuos se encuentran determinados políticos que afirman, sin temor a equivocarse, que los que no piensan como ellos no solo están errados, sino que, incluso, son peligrosos, y los califican como enemigos.

Así algunos catalogan como fascistas a los independentistas catalanes, por el hecho de que exaltan lo propio de manera irracional, y dicen que el enemigo se encuentra siempre en el exterior, y ponen en práctica un victimismo próximo a los que sufren esquizofrenia paranoica. Y ciertamente esas características son propias del fascismo, pero también lo son otras, como la eliminación de los partidos políticos y los sindicatos, y también su carácter militarista, cualidades que no se dan en este caso, lo que querría decir que lo del independentismo catalán podría ser otra cosa.

De la misma manera los independentistas, cuando les interesa, recurren a sacar a colación lo de Quebec, haciendo como si no se hubieran enterado que la Corte Suprema de Canadá dictaminó en su momento que "según el derecho internacional, el derecho de autodeterminación para separarse unilateralmente de un país solo se encuentra reconocido en los casos de dominación colonial o en los de los pueblos sometidos al yugo, la dominación y la ocupación extranjeras".

De manera que tanto de un lado como del otro el manejo de los argumentos y el conocimiento y el respeto a los de enfrente deja mucho que desear, porque cada uno va a lo suyo, y así, difícilmente puede llegarse a un punto de encuentro donde prime lo razonable y se lleguen a encajar las piezas sin aspavientos, sin que lo identitario prime sobre cualquier otro tipo de consideración.

Pero claro, esas mentes privilegiadas que creen conocer todo y a todos, están convencidos de poseer cerebros excepcionales y, por tanto, de tener todo controlado. También presumen de ser portadores de corazones abiertos y de formar parte de un ejército de querubines que protegen y sermonean con objetividad y con el más tierno de los amores.

Mientras esto sucede, desde fuera, se ve como algunos insultan y agreden, de manera especial el presidente Torra y sus acólitos, y otros hacen como que aguantan, aunque lo cierto sea que sujetan una rabia contenida, que en cualquier momento pueden llegar a sacar, porque la situación peca de una amenaza anunciada. Actuar dando por hecho que se conoce a los demás no solo es un error, sino también peligroso, porque cualquier día podrá acaecer algún suceso violento con resultados irreversibles y, en ese momento, no se sabe cómo llegarán a reaccionar unos y otros, ni si serán capaces de actuar como mi amigo, cuando aquel día caminando por el campo, se olvidó de sus manías, sus egoísmos y sus miedos.