Se va acercando el fin del año litúrgico y las lecturas de estos domingos nos invitan también a mirar las cosas últimas. De hecho, el evangelio que hoy consideramos pone ante nuestros ojos la verdad siempre perenne y fundamental de la resurrección. El caso es que todo el capítulo 20 de san Lucas contiene discusiones del Señor con diferentes personas. Y los saduceos no se iban a quedar sin su momento de gloria. Eran un grupo social poderoso e influyente, de los de ser políticamente correctos, de los de nadar y guardar la ropa. Se atenían al aspecto práctico de las creencias de Israel. Creer en Dios está bien mientras no te complique mucho la vida, pensaban. Ser bueno está bien y es útil para la sociedad, creían, pero de ahí a pasar a una trascendencia pura y dura... ¡No insulte usted a mi razón!, te diría un saduceo, ¡yo no creo ni en ángeles ni en espíritus, ni por supuesto en la vida después de la muerte! Con lo que si cambiamos la palabra "saduceos" por "nuestros contemporáneos" o por "los hombres de hoy" no notaríamos mucho el cambio. Aquellos saduceos se inventaron una absurda historieta de una mujer que se quedaba viuda siete veces „el siete es número de perfección en la Biblia, era como decir "la viuda por excelencia"„ y se veía obligada a cumplir con la ley del levirato, casándose con otros tantos hermanos de sus difuntos maridos. Digamos que era la versión macabra de aquella famosa película, "Siete novias para siete hermanos". La pregunta de aquellos saduceos a Jesús no podía ser más comprometedora: Maestro, ya que hablas de la resurrección, cuando esta mujer resucite, ¿de quién de todos ellos será esposa? Pero no sabían con quién se las estaban jugando estos saduceos. El Maestro les responde doblemente, ad hominem et ad rem, es decir, al caso concreto y al asunto de fondo. Ad hominem, al caso concreto, porque Jesús les recuerda que el matrimonio es para esta vida. Así lo explica san Beda el Venerable comentando este pasaje: "renovados por la gloria de la resurrección, sin miedo alguno a la muerte, sin mancha de corrupción y sin ninguna circunstancia de la vida material, gozarán de la presencia constante de Dios". Ad rem, porque el Señor les habla claramente de la resurrección y además usando la única autoridad que ellos no podían rechazar: la Escritura. En efecto, el Señor aduce la escena de Moisés y la zarza ardiente, cuando Dios se presenta como el Dios de los patriarcas, que habían muerto muchos años antes. En definitiva, a otro perro con ese hueso, podrían decir los saduceos. Pero lo mismo podría decir también el Señor. Moraleja: si pones a Jesús en un aprieto y le preguntas con mala idea, atente a las consecuencias. Tendrás respuesta, y doble y bien clarita.