Hace ya treinta años veíamos en televisión imágenes de Berlín, la capital cercenada por el hormigón y las alambradas. La ciudad, ensombrecida en su lado Este y que lucía en el technicolor del final de la prodigiosa década de los ochenta en el Oeste, bullía como una olla con dos presiones distintas.

La "Democrática" (siempre el totalitario corrompe el lenguaje con su podredumbre ideológica), de ciudadanos con vestimentas, rostros, gestos y pasos uniformados de acuerdo al canon comunista para los países satélites del Leviatán soviético que los constreñía en horizontal con un telón de acero y en vertical con su puño de hierro. Vitalmente triste, anémica de bienestar y muerta en libertades, derechos y dignidad humana. La democrática, avanzada, rica y de ciudadanos libres.

Hace solo treinta años que aquella cicatriz en el corazón de la capital alemana empezó a desaparecer. Hasta esa fecha nadie del lado occidental quería pasar al oriental. En sentido inverso muchos se jugaban incluso la vida por tratar de cruzar bajo la sombra de las ametralladoras de los protectores del pueblo.

Nada asusta más al totalitario comunista que el que sus ciudadanos quieran huir de su "libertad real" a echarse en brazos de la opresión capitalista y como eso es lo que venía ocurriendo por miles y de forma acelerada en los últimos tiempos a pesar de las trabas legales para cruzar la frontera, el gobierno decidió cerrar ésta completamente, desencadenando uno de los momentos más bellos de los tiempos modernos para la humanidad y para la libertad de los pueblos -que, aunque se siga intentando ocultar con bastante éxito, solo puede existir si parte de la libertad de los individuos-

Si algo ha demostrado el comunismo en su negra historia es su capacidad innata e ilimitada para el crimen y su habilidad para culpabilizar a los demás regímenes de la falla más insignificante y exonerarse a sí mismo del crimen más atroz. Treinta años después todos hablamos de la caída de, como sus constructores lo llamaron, la "muralla de protección antifascista". Pero el muro no cayó. El muro hubo de ser derribado. Desmontado ladrillo a ladrillo desde las mismas entrañas de un pueblo sometido por el comunismo redistribuidor de la miseria económica y moral.

De aquel queda la historia, la memoria de los muertos y los vivos y unos cuantos fragmentos aún en pie. No era el único, otros muros se mantienen férreos, en Cuba, China, Corea, Venezuela y, como como en la canción de Pink Floyd, ladrillo a ladrillo el mismo socialismo marxista, con otra apariencia sigue blanqueando la construcción de su muro contra la democracia, en Chile, Ecuador, Bolivia, Hong Kong...

Decía Pablo Iglesias que "el cielo no se toma por consenso, sino por asalto", eso hicieron los alemanes del Este en 1989 buscando la libertad. Nada nos dicen del infierno de opresión que el comunismo trata de extender desde hace cien años en contra de la sociedad liberal, democrática y moderna basada en los derechos humanos.

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