Ante los cambios científicos, sociales y culturales no son pocos los que hoy vuelven la vista a las luces que el humanismo aporta al pensamiento y la vida. En el fondo de esta corriente late la necesidad constante de saber quién somos, cómo somos y ante todo qué podemos ser. Como cristianos tenemos una escuela siempre viva para ser cada vez más humanos, Jesucristo, Ecce Homo.

Sin embargo, podemos preguntarnos si nuestra cultura ha escondido a Cristo como referente del valor de lo humano o si la Iglesia ha perdido vigor en la reflexión antropológica a la luz de Cristo. Podríamos decir que, si bien algunos movimientos filosóficos o políticos han opacado (incluso negado) la relevancia histórica del pensamiento cristiano en la antropología, tampoco la Iglesia ha sabido siempre encontrar la forma de anunciar el modelo de humanidad que hemos aprendido en Jesucristo, una forma de ser humanos que creemos plenificadora y que se siente llamada a la salvación.

¿Cómo es ser humano a imagen de Cristo? A veces nos quedamos con una idea moral o práctica de nuestro ser cristianos, sin embargo, en Cristo reconocemos una forma de ser, una identidad, una antropología que va mucho más allá de lo que debo o no hacer, o de lo que me es útil para ser feliz. Ser humanos en Cristo es una llamada a ser radicalmente libres, absolutamente dignos y totalmente entregados; no parece una mala opción.

Si esto es tan bueno ¿por qué en nuestro entorno cada vez hay menos cristianos? De los múltiples factores hoy destaco uno: hemos perdido relevancia, y no me refiero a una cuestión de poder. Se echa en falta una mayor presencia del mensaje cristiano en ámbitos culturales, con propuestas solventes y de calidad. Hoy, como siempre, necesitamos una presencia cualitativa en nuestra cultura y nuestra sociedad: Cristo no solo debe estar en nuestra oración privada, Cristo debe ser en nuestra vida, y por tanto en nuestra cultura. Si Él es el Humano que da valor radical a lo humano, anunciémoslo con todos los medios que precisamente posee el genio humano.

Es tiempo de ser verdaderamente valientes. No se trata del viejo truco del adanismo que va a solucionar todos los viejos males, es más bien comprometernos a vivir realmente el sentido universal de nuestra fe, si Cristo es nuestra razón, nuestro sentido, qué Él sea el sentido de todo cuanto hacemos, que en cada ámbito en el que haya un cristiano este muestre que su ser humano a la manera de Cristo tiene un sentido y es una opción buena para vivir la carrera de la vida.