Sí, ya sé que estamos todos cansados; que nadie, o pocos, se explican estas nuevas elecciones; que la campaña, aunque corta, ha sido un pestiño infumable con más denuestos y "a ti no te ajunto" que propuestas serias; que los líderes no han dado la talla que se espera de ellos, excepto, claro, para sus fans y tiralevitas; que las encuestas auguran unos resultados que no permitirán salir del actual bloqueo paralizante; que el temor a otros comicios inunda de pesimismo el ambiente político; que el tiempo no va a ayudar a salir de casa (¿por qué el tiempo es malo si llueve o nieva y bueno si nos achicharra el sol?, misterios del lenguaje); que, a la vista de todo lo ocurrido de abril para acá, cunde el escepticismo sobre el peso real de nuestro voto...Sí soy consciente de todo eso, pero hay que ir a votar.

Según el Diccionario de la Lengua Española, la primera acepción de urna es "caja para depositar las papeletas o números en los sorteos y en las votaciones secretas". No entra en más detalles; con eso basta para ensalzarla. En días como hoy, la urna no es un simple recipiente donde depositamos un papelito con los nombres o el partido elegido; es un espacio de esperanzas y también la confirmación de nuestra condición de ciudadanos con derecho a decidir nuestro futuro y a elegir a quien tiene que conducirnos hacia él.

Sí, asimismo sé que las urnas pueden traernos grandes decepciones tanto por resultados que no esperábamos como por el fiasco que nos acarrean aquellos próceres en los que confiamos, a los que dimos nuestro sufragio y que luego nos salieron ranas, o eso creemos porque ellos no suelen reconocer errores ni desatenciones a lo que les pedía el electorado o a sus propias promesas. Pero todo esto no es culpa de las urnas, pobrecitas ellas; ni siquiera son responsables de haber sido protagonistas, involuntarias, en el malhadado referéndum del 1 de octubre en Cataluña cuando esas urnas se convirtieron en todo lo que no debe acompañar a una democracia madura.

Así que no debemos castigar a las urnas con nuestra ausencia. Podemos castigar a aquel candidato que no responda a nuestra ideología, al que haya defraudado las expectativas que pusimos en él, al que no nos guste por su personalidad, sus declaraciones, su pasado o/y su incompetencia, al que nos haya tomado por tontos con actitudes o palabras impropias de alguien que busca gobernarnos...Y, en democracia, la mejor forma de castigarlo es no votándole, dándole nuestro apoyo a otro que nos guste más o que rechacemos menos...pero para eso, obviamente, hay que acudir a las urnas. (Los rechazos y voces en la barra del bar y en los corrillos no computan, ni suman ni restan, ni llevan aspirantes al Congreso y al Senado ni cierran el paso a nadie).

-¿O sea que usted dice que hoy tenemos que ir a votar?, pregunta, con su habitual sorna, don Quismondo.

-¿Ah, pero no le ha quedado claro?, repregunta, guasón, don Sibelino.

-Pues, yo sigo teniendo mis dudas; no me llena ninguno.

-Puede hacer usted lo que quiera, pero luego no se queje. Si no va a votar, a quien sea pero vote, a partir del lunes ya solo hablamos del tiempo, de fútbol y de cosas del pueblo, pero sin entrar en política.

-No se me ponga usted tan severo, que no es para tanto.

-Sí, sí lo es; quien no va a votar no tiene derecho a andar después todo el santo día de Dios despotricando de este, de aquel y del de más allá. Es muy fácil criticar si no votas a nadie; como ninguno es de los tuyos, pues, hala, ancha vida que el rey paga.

Conversaciones de este tipo se oyen por doquier. Y se seguirán oyendo pase lo que pase hoy. Es muy nuestro. Poner a parir a alguien mola mucho. Comprometerse, aportar ideas, algo menos. También es verdad que la reciente campaña electoral no invita a defender a ninguno de sus principales protagonistas. Pocas propuestas creíbles, escasas novedades, nulas soluciones y mucho, demasiado, enfrentamiento de un todos contra todos castrante, desilusionante y negativo. El famoso, y esperado, debate del pasado lunes no hizo sino confirmar las peores expectativas. Ni uno solo de los analistas lo ha elogiado. Se ha hablado de ganadores, de perdedores, de gestos y demás, pero no de discusiones razonadas y enriquecedoras sobre los problemas del país. Y es que no las hubo. Ni siquiera en el espinoso tema de Cataluña. Cada cual tiene su varita mágica. Veremos.

Y dicho lo que queda dicho, repito: vayan hoy a votar. ¿Lo había escrito antes?