Soy un forofo de la democracia. Sí, de la democracia radical, esto es, de poner en práctica las exigencias del poder de la ciudadanía en todos los ámbitos de la vida cotidiana: desde las relaciones personales y en el hogar hasta la gestión de los asuntos docentes y académicos en la Universidad de Salamanca, pasando por el día a día de lo que puede implicar la toma de decisiones sobre cómo dar respuesta a los problemas de las personas en relación al acceso a los servicios públicos (educación, sanidad, servicios sociales, etc.), cómo resolver la precariedad laboral, la pobreza, la planificación de nuestros pueblos o ciudades y tantos asuntos que pueden hacer que nuestras vidas sean más o menos llevaderas. Porque de eso se trata: de tomar decisiones que nos afectan como ciudadanos. Decisiones que pueden tener una u otra dirección y que, por tanto, nunca son neutras, porque, tras ellas, siempre encontramos intereses contrapuestos, por mucho que pueda pensarse que todas las personas tenemos los mismos deseos. Y no, claro.

Aunque solo con escucharla la palabra "radical" pueda dar miedo, la democracia radical no es sinónimo de violencia en el hogar o en el trabajo. Tampoco significa ir por ahí quemando contenedores o papeleras, levantando adoquines por las calles para lanzarlos contra quienes no piensan como tú o soliviantando a las masas desde una tribuna de opinión con soflamas incendiarias contra determinados sectores y colectivos de población vulnerables. La democracia radical es un concepto mucho más sencillo, aunque, eso sí, con notables consecuencias e implicaciones prácticas en todos los órdenes de nuestra vida. Significa, por ejemplo, redoblar los esfuerzos para construir una ciudadanía responsable y comprometida con el bien común y con los valores solidarios y humanísticos. También representa ponerse en el lugar del otro y escuchar las opiniones de quienes no piensan como tú, porque, en el fondo, de ese aprendizaje colaborativo y contraste de ideas puede salir algo nuevo que nos ayude a ser mejores personas y mejores ciudadanos.

Pero la democracia radical también está relacionada con el ejercicio de opinar y participar a través de las urnas, como hoy. Por eso hoy, y cuantas veces haga falta, iré de nuevo a votar. Porque sin la opinión y participación activa de los ciudadanos -cogiendo una papeleta, la que sea, y depositándola en la urna-, la democracia pierde su sentido. Por eso es tan importante hablar cuando te dan la palabra, que te escuchen cuando tienes algo que decir y, de modo especial, utilizar los medios que tenemos a nuestro alcance para construir la sociedad donde nos gustaría vivir. Y eso es precisamente lo que hoy quiero declarar públicamente: que me encanta la democracia radical, porque eso significa que me gusta hablar y que me escuchen, que me gusta participar activamente en todo aquello que me afecta y que, como digo, me gusta construir con los demás nuevos proyectos y nuevas iniciativas. Y una de ellas, tal vez la más importante, es construir, reforzar e impulsar una sociedad que cada día sea más libre, solidaria y humana.