Hay quienes al primer estornudo van corriendo al médico como alma que lleva el diablo, no vaya a ser que sea un síntoma o más bien un presíntoma de catarro, y el catarro de una bronquitis, y la bronquitis de vaya usted a saber. Sin duda quienes así reaccionan son aprensivos hasta la médula, y los médicos deben de estar hartos de ellos, de que les vayan a dar la vara sin motivo alguno, de repetirles que no se preocupen. Lo cierto es que esos casos consumen parte del tiempo que los galenos dedican a las consultas, y que ese tiempo que emplean en ellos llega a faltar en otros tipos de visitas que revisten mucha más importancia.

Algo parecido sucede con la conservación del patrimonio nacional, ya que hay ciudades que en cuanto abren la boca les llega dinero de todas partes para que reparen, mantengan y pongan en valor algún bien que por su importancia histórica o artística llegue a merecer la pena conservar. Y también sucede que el dinero que, a veces, exageradamente, es emplea en sacarle brillo a determinados monumentos deja de emplearse en otros bienes de mayor interés que están desapareciendo o a punto de desaparecer, ya que no se emplea un solo euro en ellos.

Viene esto a cuento de la falta de conservación, aunque también podría decirse del abandono, que sufre la muralla de Zamora, donde los desprendimientos de piedras se suceden un mes sí y otro también, ya sea en una u otra zona de los tres kilómetros que tiene el recinto. Y es que jamás ha llegado a afrontarse un plan integral de rehabilitación que llegue a dejarla en condiciones de aguantar otros cuantos siglos.

Cada vez que ocurre un desastre de esta naturaleza, se coloca una valla protectora para impedir que la gente pueda aproximarse al lugar de autos, y asunto concluido. Y así pasan los meses, y los años, sin que sea reparado el daño. En estos últimos días le ha tocado la china a la zona ubicada en la Ronda de la Feria (Si bien se trata de un muro, construido con posterioridad, adosado a la muralla), antes lo fue el tramo anexo al parque de San Martín, algo antes la zona próxima al Portillo de la Lealtad, y antes aún la zona de las peñas de Santa Marta, de manera que nuestra Peña Tajada, cada vez tiene menos peñas y se encuentra menos tajada.

La muralla está enferma, languidece, va perdiendo sus piedras y sus rocas, y con ellas su personalidad porque no en vano, sabe que se encuentra abandonada a su suerte, de manera especial desde finales del siglo XIX, cuando dejó de ser un recinto defensivo.

La muralla va desapareciendo en la misma medida que también desaparece la ciudad, y la provincia, porque la despoblación está haciendo estragos, y con esa lacra, penetrando hasta el tuétano, aumenta el abandono, la laxitud ante los problemas, y quizás dentro de poco el olvido. Y es que los colores que en su día inundaban los sueños de los zamoranos han ido tornándose en grises y negros. Poco a poco han ido cerrándose las ventanas, porque no va quedando nadie que necesite sea aireada su casa, y tampoco que llegue a inundarse de aquella luz que antes las atravesaba. Las contraventanas se han ido apretando firmemente contra los marcos, girando con dificultad sus pesados cierres, porque hasta hace poco tiempo apenas habían llegado a usarse debido a que siempre se encontraban abiertas.

Las murallas lloran porque echan de menos la grandeza de tiempos pretéritos, cuando los reyes castellanos y leoneses las admiraban porque transmitían seguridad y eran síntoma de garantía: en definitiva, porque las necesitaban. Pero los siglos han ido sucediéndose y ahora solo interesa conservar las grandes urbes y algunas localidades de la periferia peninsular. Por eso las murallas lloran, porque ya no quedan corazones fuertes y románticos como el de Arias Gonzalo que las defiendan, plantándole cara a vasallos de Sancho II, como García Ordoñez, y al mismísimo Cid y su leal Albar Fáñez de Minaya.

Ahora, como nos encontramos en periodo electoral, se está hablando de un plan de un millón de euros destinado al recinto amurallado, cuyos papeles deben estar en algún despacho de algún ministerio, esperando que alguien los apruebe, los firme y los ponga en marcha. Si este proyecto llegara a realizarse, sería otro pequeño parche para ir tirando, mientras las piedras siguen clamando porque alguien las sujete a la muralla.

Y es que, hasta que la luz no vuelva a entrar con fuerza por las ventanas de nuestras casas, las murallas seguirán tristes, grises, y desconchadas.