El otoño, vivido desde el Cantábrico, se inicia con la berrea de los venados ya a fines de agosto, prosigue con la recolecta en los caminos de zarzamoras, avellanas y castañas (por ese orden), entreverada con la observación en las tierras altas de los osos que se atiborran de frutos, se airea en la costa, justo en los días de temporal, viendo el interminable paso de los enormes alcatraces y concluye estas jornadas de noviembre con la colorista despedida de las hojas de los bosques caducifolios, componiendo en las laderas sinfonías de amarillos, verdes, marrones y rojos. Es ahora cuando cada árbol muestra al fin su diversa personalidad, manifestada en el extremo del ciclo vital del año, dejando atrás el tiempo en que la masa uniformada del bosque confundía en un mismo color el carácter propio de cada uno. Hay sin duda otros modos de vivir el otoño, pero el caso es no dejarlo pasar.