Encuestas aparte, especialmente la del CIS de José Félix Tezanos que ha revolucionado a los dirigentes de todos los partidos, Pedro Sánchez confía en el revulsivo de la exhumación de Francisco Franco y en que los votantes acaben respaldando su política de contención en Cataluña para crecer en los pocos días que restan hasta las elecciones del 10 de noviembre. Lo que Sánchez llama 'política de contención' en Cataluña, no goza de la misma consideración por parte de PP, Ciudadanos y Vox, los demás son nacionalistas y Podemos que siempre va contra natura. A todos ellos hay que sumar a una buena parte de la ciudadanía que ha pasado a engrosar el colectivo 'hasta el moño' esta vez hasta el moño de Cataluña y el independentismo.

Ese independentismo que no quiere ni oír hablar de contención cuando de respetar los derechos de los demás se trata. A lo ocurrido en las distintas universidades catalanas, especialmente en la Pompeu i Fabra, le remito. No hay reciprocidad entre la contención de Sánchez y la incontinencia del independentismo catalán, al que, con tanta permisividad, empiezan a sumársele siglas provenientes de otras comunidades autónomas, relacionadas igualmente con los nacionalismos pertinentes. No a todos los españoles les gusta la mano blanda con la que el presidente en funciones trata a Torra, Puigdemont y demás camarilla. No se puede enviar a la Policía Nacional al infierno catalán, para quedar bien cara a la galería constitucionalista, con la orden de no intervenir, casi, casi, de poner la otra mejilla, cuando esto no funciona así.

Si lo que hace Torra, todo el santo día arengando a la tropa de violentos, provocando al Estado, reivindicando la independencia y clamando 'llibertat' para los presos golpistas, se le ocurre hacerlo a cualquier otro presidente autonómico o a un humilde alcalde, apueste lo que quiera a que se le habría aplicado ya el 155, pararía con sus huesos en la cárcel e incluso se le pediría la prisión permanente revisable, además de inhabilitarlo para el desempeño de cargo público alguno. Pero, ¡ay, amigo!, Torra es intocable. No se puede actuar contra Torra. Así lo ha reconocido incluso la locuaz vicepresidenta Calvo: "No se puede actuar contra Torra, la democracia tiene mucha finura, el brochazo gordo no existe".

Para Torra, pinceladas de Velázquez, Goya o El Greco, para los demás, brochazos a lo Pepe Gotera y Otilio, los de las chapuzas a domicilio. Con Carmen Calvo nunca se sabe si va o viene. Cuando le interesa actúa con una firmeza estudiada que se queda sólo en sus palabras, y cuando no, echa mano de la "finura" de la democracia. El PSOE tiene tanta fe en Cataluña, en lo que puede conseguir para hacer realidad la encuesta del CIS, que, Pedro Sánchez, cerrará campaña en Barcelona a la espera de rentabilizar su moderación en Cataluña. Algo hule mal en esta actitud. Sobre todo si recordamos cómo fue recibido en su última visita y que se vio obligado a acortar el viaje programado.

Lo que son las cosas, mientras Sánchez podrá cerrar campaña en la Ciudad Condal, a Vox le han impedido abrirla. Podemos, sí. Vox, no, y eso que ambos están en los extremos. Sólo que el extremo izquierda tiene una chance que no la tiene el extremo derecha. Estas varas de medir no son nada democráticas. La derecha que representa Vox es la que sigue un ascenso imparable en la Europa en crisis a la que la izquierda europea no sabe dar respuesta. Quizá porque también la izquierda europea practica una política de contención tan al gusto de Sánchez, que no le proporciona los resultados deseados. Es una pena que esa contención no sirva para detener a los violentos.