Al mediodía se produjo el alineamiento de las tres deidades: al Sur, en lo alto, el Sol, apretando con fuerza y poder irresistible; debajo, al Sur también, la montaña sagrada, el Mons Vindius, con nieve algo moteada de hombros para arriba, como un manto de armiño; al Norte (el punto de observación), otro monte sagrado, el Sueve (Xove, Jupiter). Bajo ese alineamiento de las divinidades, una intrincada teoría de sierras, picos, cordales, componiendo una apretada caligrafía, y al fondo de sus pliegues, restos todavía de niebla. A la espalda del actuario, muy abajo, pero tan extenso que reinaba con otra forma de inmensidad, el mar, recorrido por unos extraños dibujos y tramas. Quizás el conjunto de signos sea reducible a un complejo algoritmo, e incluso a unas leyes que mandan en las formas, pero unas fórmulas solo nos darían lo que hay, no su sentido. El sentido no es dado, se presiente.