Cambian la hora. Felón no marques las horas. El felón que antes te traicionaba a las tres te traiciona ahora a las dos. Siempre me lío y no sé si ahora hay que atrasar o adelantar el reloj. Claro que en estos tiempos, en esta hora, con el móvil que se cambia solo, asunto que me sigue pareciendo como de brujería, no tienes que manipular el reloj. Entre otras cosas porque no llevas reloj. No sé por qué empleo ahora, en un artículo sobre la hora, la tercera persona si he empezado en primera. Primera persona, no velocidad. El reloj es un buen ejemplo de objeto que perdió algo de sentido, por el móvil, pero que vuelve. Quizá ya más como elemento ornamental, complemento de elegancia, que como adminículo útil.

La vida está llena de cosas que se venden y consumen aunque no valgan para nada o no sean necesarias. Ya podrían aplicarse esta máxima los encargados del marketing de los periódicos en papel. En buena hora. Se nos va la columna, y la hora, por el lado del reloj pero en realidad querríamos hablar de esa costumbre horaria de tener dos horarios en el año. El debate sobre si deberíamos seguir cambiando de hora cada otoño y cada primavera se apagó. Se paró sería más exacto decir.

Aquí somos de la vía intermedia o equidistante. O sea, no hace falta que sea de día casi a las diez de la noche, que a ver quién acuesta al niño, pero tampoco es de recibo (de la luz) que anochezca a las seis y media. Antes salía uno de día de los antros, ahora sale uno de noche de los almuerzos. En una época del año se te hace muy larga la jornada, máxime si tienes que trabajar, y en otra te faltan horas porque la noche te alcanza. Los horarios de las series son disparatados, sobre todo para el que tiene que cometer el disparate de levantarse a las siete de la mañana, que en realidad más que mañana es noche cerrada. No obstante, cualquier día comienzas a ver un capítulo y cuando acaba ha amanecido. O a lo mejor solo me pasa a mí, que soy de los pocos que sigue alguna serie cuando la emiten y no a la carta. Con Netflix cada cual vive en la hora que le da la gana. Al cambio de hora hay que dedicarle, puntualmente, un artículo cada año. En eso funciono como un reloj.

Un reloj parado da bien la hora dos veces al día, frase ésta que vemos que está de moda, ya la hemos leído varias veces estos días, días de otoño. El otoño es una segunda primavera, dijo Albert Camus, que tal vez coleccionaba relojes o tenía uno al que dispensaba un especial cariño.

Yo, y usted, también tenemos uno de grata memoria y testigo de la fugacidad de todo. Que perteneció a un ser amado y desaparecido o que alguien nos regaló en feliz onomástica, aniversario, premio o acontecimiento. Por ahí estará, dando la hora para nadie, en un cajón. Con sus manecillas y su mecanismo, señalando la hora pero inmune al paso del tiempo.