¿No te has preguntado nunca por qué los miles de ahogados en los mares que rodean Europa para intentar llegar a ésta desde países pobres o en guerra provocan menos indignación social que unos cientos de catalanes tirando piedras a los mossos desde una barricada de cuatro contenedores quemados?

Podríamos explicarlo desde la lejanía si no fuera porque los vándalos en Cataluña no están más cerca que los ahogados que recalan en nuestras playas y los sobrevivientes de pateras que desembarcan en nuestros puertos del Sur. Habrá quien responda que lo que se pretende es desviar la atención de un problema de estado con asuntos que no nos incumben a los españoles. Pero suceden en territorio español, y ¿cuál es más grave?, ¿los miles de hombres, mujeres y niños ahogados o las decenas de heridos y cientos de contenedores quemados?

La indignación social e individual, mayor en el caso de los catalanes que de los africanos, no se explica de un modo racional, ¿cuál es más grave?, sino de un modo emocional, ¿qué nos cabrea más? Todo esto suponiendo que consideramos iguales a los seres humanos independientemente de donde nacen; porque hay quien no, como los racistas y nacionalistas radicales -nacionalsocialistas o nacionalsindicalistas de infausto recuerdo.

Aquí es donde entran en juego las emociones, esos estados afectivos que son muy fuertes y no controlamos -por lo que no debemos sentirnos culpables- pero estamos obligados a controlar.

Ante la sentencia del Procés, que consideran injusta porque mantiene pena de cárcel paras dirigentes políticos y culturales por defender pacíficamente el independentismo, el nacionalismo catalán se ha manifestado de dos maneras distintas: por parte de una minoría sobre todo de jóvenes, como una emoción incontrolada de protesta airada en la calle contra los cuerpos de seguridad como representantes del estado español; por parte de una gran mayoría del pueblo catalán, como un sentimiento tranquilo, asentado y fuerte al que no quieren renunciar pero que defienden pacíficamente y con dignidad.

Desde la emoción por parte de jóvenes que tiran piedras de indignación; desde el sentimiento por la mayoría de los independentistas que alzan esteladas en manifestaciones legales. Porque las emociones sociales, sobre todo si son apaleadas y reprimidas, pueden llegar a convertirse en sentimientos. Y desde ahí, en ideologías.

Que es lo que ha pasado con el nacionalismo que, desde una emoción inicial de amor a la tierra que te vio nacer, se transforma en sentimiento si no te dejan hablar la lengua materna, reprimen tus costumbres o explotan a tu gente. Y acaba como ideología política si te sientes superior a otros o te crees el mejor país del mundo.

Aquí ya no se trata de Cataluña ni de España, sino de nacionalismos más axacerbados, como los imperialistas que imponen su sentimiento transformado en intereses a otros países, por la fuerza militar, financiera o arancelaria.

El nacionalismo como ideología tiene un origen emocional y sentimental que lo hace muy fuerte. Y que no "se cura sólo viajando", como decía Pío Baroja cuando perdimos los últimos vestigios del Imperio español, sino pensando, conociendo, abriendo las mentes y el corazón al mundo.

Por eso yo no soy nacionalista, sino internacionalista. Porque aunque me gusta mi tierra no creo que sea la mejor del mundo más que para mí; porque creo que los seres humanos somos iguales y sujetos de derechos; porque estoy más cerca de un trabajador de cualquier parte del mundo que con un explotador de mi pueblo; porque quiero que la patria de todos sea la humanidad. En ella está incluida Zamora.

Desde Zamora nos preguntamos: ¿Por qué los líderes políticos dan más importancia al nacionalismo catalán que a la despoblación de Zamora? ¿Qué es más importante?

Nos responderían que no tiene nada que ver un asunto con el otro. Pero mientras tanto en Zamora sigue creciendo una emoción de rabia e impotencia cada vez que conocemos las cifras de la despoblación, que se está transformando en un fuerte sentimiento de indignación ante una situación social injusta a la que nadie hace caso, porque se defiende desde el respeto a las instituciones y la dignidad del pueblo zamorano. Podría transformarse en un zamoranismo cultural, e incluso en un zamoranismo político, como ha sucedido ya con Teruel existe que se presenta a estas elecciones generales. Sería un error "pequeño nacionalista", que no nos beneficiaría porque nos enfrentaría a otros nacionalismos más poderosos. No ganaríamos ni quemando contenedores.

Por eso seguiremos defendiendo el sentimiento de la solidaridad, que es "la ternura de los pueblos" (Gioconda Belli), y que el género humano es la internacional.

¡A ver si de una vez lo entienden los pueblos y los pobles!