El conflicto de Cataluña amenaza con eternizarse. Se temía una reacción furibunda del independentismo tras la sentencia, pero casi nadie esperaba una semana (y lo que vendrá) de incendios, guerrilla humana y salvajismo en las calles de varias ciudades, especialmente en las de Barcelona. Así que estos sucesos están acaparando el interés de los gobernantes, los políticos y la sociedad en general. Tiempo, energías y gastos (sí, sí, dinero) tienen como casi único destino lo que sucede del Ebro para arriba. Y los demás, ¿qué? Pues, ya ve, don Heraclio, aquí seguimos. Y sospecho que seguiremos. Sin grandes cambios y sin que nadie nos haga mucho caso. Al fin y al cabo, no metemos ruido, aguantamos lo que nos echen, miramos al cielo a ver si llueve, nos resignamos y soltamos solución tras solución en las barras de los bares.

Los acontecimientos de Cataluña y las declaraciones de Torra, Puigdemont y otros grandes próceres catalanes han tenido una "virtud": el enriquecimiento hasta el infinito del lenguaje político y su aplicación, según y cómo, a cada circunstancia concreta. De modo que hemos sabido que hay violencia no violenta, quema democrática de contenedores, rotura, también democrática, de escaparates, agresiones cívicas a mossos, policías y guardias civiles, coacciones y amenazas pacíficas, invasiones de aeropuertos y carreteras como desenlace lógico de la libertad de expresión, retención de miles de conductores en nombre de la libertad... Una delicia. Ahora más que nunca el lenguaje sirve para ocultar, camuflar, manipular, falsear y usarse como escudo de barbaridades, ilegalidades y actos perfectamente tipificados en el Código Penal. Pero, amigo, allí todo es democrático si las lunas las rompen los nuestros; todo es pacífico si las piedras y los cocteles molotov los lanzan quienes llevan una estelada; todo es cívico si los escraches, las coacciones, las amenazas y los insultos las llevan a cabo los que gritan libertad para los presos políticos. Y si hay que criticar, obligado te veas, se critica a los "infiltrados", a los antisistema, a los que han venido de fuera para perjudicar y desprestigiar al independentismo no violento. Faltaría más. Los catalanes de pro, los que quieren la secesión, los del "España nos roba" son un dechado de virtudes. Ni una mácula, ni un defecto. Eso queda para los charnegos. Así que mejor la limpieza étnica, la pureza de la raza. Pero, ojo pirojo, todo democrático y en aras de la futura república.

Y así andamos estos días. Hartos, cabreados, temerosos de que aquello nos afecte aun más de lo que ya nos está afectando. Estamos en vísperas de elecciones, época, por tanto, de poner sobre la mesa situaciones y problemas y buscar soluciones. En circunstancias normales, así tendría que ocurrir, pero, en España, hace mucho tiempo que la normalidad desapareció de la escena política. Ni está ni se la espera. Aquí lo normal es la crispación, la bronca, la radicalidad, las líneas rojas y los círculos sanitarios entre unos y otros, la incapacidad para el acuerdo y el pacto, los denuestos, las descalificaciones y el egoísmo partidista. Y en este río revuelto de todos contra todos quiere pescar el independentismo más talibán, encabezado por Torra y sus mariachis, movidos como títeres por el Archiduque de Waterloo, bautizado como Carles Puigdemont. Y no van a cejar hasta...¿hasta cuándo? Ese es uno de los grandes misterios. En la Generalitat saben que no va a haber ni secesión ni independencia ni referéndum autorizado, pero hacen como que lo ignoran mientras empujan a la ciudadanía a que salga a la calle, apriete y presione para forzar la negociación. Y no lo ejecutan, claro, desde cauces oficiales, sino a través de entidades bien engrasadas con dinero público: ANC, Omnium Cultural, CDR, Tsunami Democratic y las que montarán en los sucesivo. Apelarán a las emociones, a las vísceras, al romanticismo de defender la tierra frente al invasor-represor español, al heroísmo de los jóvenes...

Por cierto, la mayor parte de los que vi en una retransmisión en directo la noche del miércoles llevaba móviles caros, zapatillas de marca, camisetas de diseño...Necesitados no estaban. Es que hasta para prender fogatas y quemar contenedores hay que ir arreglado. Y mientras tanto, ¿cuándo hablamos en serio de la despoblación?, ¿cuándo nos ocupamos de los daños de los aranceles de Trump?, ¿cuándo abordamos el futuro de las pensiones?, ¿cuándo dotamos a la Sanidad de todo lo que precisa para que no haya españoles de primera y de segunda o tercera?, ¿cuándo decidimos que tipo de energía queremos?, ¿cuándo nos preocupamos de carreteras, trenes y otras infraestructuras?

En resumen: y los demás, ¿qué?