"Lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada". Es la frase de Edmund Burke que impulsó a Winston Churchill a plantar cara a Hitler y llevar a Inglaterra a la guerra en contra de la opinión expresada por la mayoría de los políticos, periódicos y representantes sociales. Con su determinación "poco prudente" salvó a Europa y al mundo del triunfo seguro del totalitarismo abyecto e inhumano de los nazis. Del fin de la civilización occidental basada en la democracia y la vigencia del Estado de Derecho, que se hubieran perdido entre las dos cabezas de la hidra moderna que representan el mal en estado puro, nacionalsocialismo y comunismo.

Prudencia en política, cuando se trata de la defensa de los principios básicos de la democracia, es sinónimo de miedo. Con frecuencia se confunde en el imaginario colectivo al político, al opinador o al representante social realmente prudente, aquel que sopesa el momento y los medios más adecuados pero no duda en su determinación para defender el bien frente al mal, la ley frente a la arbitrariedad, la convivencia frente al abuso, con el que no hace nada sino dejar que el tiempo resuelva por su mero transcurso lo que sabemos que el paso del tiempo por sí mismo no puede resolver.

Predomina el político que triunfa por lo que no hace más que por lo que hace. El Rajoy que manejaba los tiempos con inteligencia (subterfugio utilizado para no tomar ninguna decisión problemática); el Zapatero que negándose a utilizar la palabra crisis creía conjurarla y ganó unas elecciones cuando ya nos había metido de lleno en ella; el Guarido que como nada hace produce un efecto balsámico sobre los votantes y arrasa en las urnas o el Sánchez y Marlaska que de espaldas a la pantalla de televisión en la que estamos viendo lo contrario insisten en que en Cataluña reina la normalidad.

Sin embargo lo que está ocurriendo en Cataluña es una vergüenza y la inacción del poder público, al que hemos entregado buena parte de nuestra soberanía individual para que nos proteja y administre colectivamente, un oprobio. Llevamos décadas de "prudencia" en las que los que tienen la independencia como objetivo han ido, metódica y continuamente, rompiendo los límites de la legalidad -lo suficiente para desbordarla y que lo ilegal se vaya asumiendo como la nueva normalidad, lo justo para no hacer que los miedosos tuvieran que actuar-, en educación, lealtad institucional, y chantaje político y social.

Pero esas décadas no pueden servir de excusa para consentir una semana de terrorismo promovido desde la Generalidad. El derecho de protesta y manifestación no incluye la toma al asalto de infraestructuras, ni la celebración de marchas, concentraciones o manifestaciones no autorizadas. Mucho menos el pillaje, los estragos y el terrorismo callejero. Sin embargo, en lugar de dejar actuar con eficacia y profesionalidad a la policía para prevenir y resolver y de activar los instrumentos constitucionalmente previstos se nos vende por políticos y periodistas una escena que en nada se parece a la realidad.

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