Vuelvo una y otra vez a los brazos de esa mujer que ya está muerta. Pero no es un cadáver cualquiera. Tampoco soy necrófilo. El pulso de su letra, la energía de su vida escrita por ella misma, con llaneza castellana, y el regalo desinteresado de sus confidencias, me creó dependencia de ese torbellino amoroso con Dios, contado en caliente, con un relato que si no fuera místico, podríamos tenerlo por ciencia ficción. Lo de esa mujer decidida y valerosa, en un mundo tan difícil para la iniciativa de la mujer, ni es ciencia, ni ficción y sobrepasa cualquier medida que le queramos poner con los criterios de hoy.

Teresa de Ávila quedó muy pronto fascinada por Dios, y desde niña, como quien aprende a nadar desde la primera zambullida, empezó a tomar conciencia de esa inmensidad divina, que resumió Fray Luis, el sabio doctor de Salamanca: "En Dios se descubren nuevos mares, cuanto más se navega". La carta de navegación de la joven Teresa, fue dibujada por ella misma, durante su estancia en aquel buque-convento de la Encarnación movido por demasiados vientos. Allí vivió dos largos decenios, tiempo más que suficiente para sufrir desde dentro la tediosa rutina monástica, el postureo religioso, el cotilleo social con sede entre rejas. ¿Pero "qué hay de lo mío -debió pensar- y qué hay de Dios en todo esto?". Era visto: aquello no era para un alma sin componendas, como la suya. Abandonó ese barco pero no la expedición hacia Dios. Su proyecto de reforma pasaba por vivir la regla conventual primitiva, austera, auténtica, no mitigada ni adaptada a los intereses sociales del momento.

Mostrar y demostrar. Vivir dando ejemplo. Esto es lo que hay. Lo demás sobra. "Sólo Dios basta", como escribió en una de sus poesías célebres. Por eso los conventos reformados de su fundación eran la aplicación de ese principio anclado en la confianza divina, en el "Dios proveerá" bíblico, que significaba sostener los nuevos conventos sin rentas o propiedades, es decir a base del trabajo manual de las monjas, la dote al ingresar sin cuota mínima y el azar de las limosnas. Con esos pocos mimbres, una entrega exclusiva al Divino Esposo, y alejadas las monjas de distracciones que pudieran interrumpir la clausura estricta, Teresa puso en marcha la reforma carmelitana con un desafío involuntario a sus colegas y autoridades religiosas en la misma ciudad de Ávila. Teresa contra todo y contra todos? Pues sí, cuesta entenderlo en esta santa que por otra parte, todo lo quiso explicar: Su vida. Camino de perfección. Las moradas. Las Fundaciones, etc. Tenemos miles de páginas entre cartas y obras de su autoría. Sabemos muchísimo de ella. Pero si nos remontamos al origen del papeleo en el que se vió muchas veces atrapada diremos que fue una necesidad de aclararse el contar a otros (sus confesores) lo que de sobrenatural le estaba pasando. Ella no comprendía, al principio, los extraordinarios estados anímicos que experimentaba en la oración y las "visiones" que tenía.

Estos fenómenos físico-espirituales, tanto le complacían como le turbaban, llegando a pensar, con temor, si no fuesen treta disfrazada del demonio, o creaciones de su fantasía. Por otro lado manifestaciones de ese tipo, o parecidas, estaban en el punto de mira de la Inquisición que en aquel tiempo estaba bien activa. Cuando Teresa fue tranquilizada por sus confesores, aunque no todos en igual medida, empezó a dar crédito a las conversaciones y revelaciones que en su éxtasis místico tenía con Dios y poner por obra los mensajes que del Señor recibía: La reforma, con austeridad y cierre real de las paredes de los conventos: "mis palomarcicos", para que el hogar donde Dios se aposenta sea su espacio exclusivo, como si todo fuese una alcoba espiritual inviolable. El símil del palomar es tan poético como descriptivo; la gente de Tierra de Campos conocemos por dentro y fuera el recogido diseño del mismo para proteger a las palomas de los inconvenientes del exterior. Así pues, Teresa optó por palomares de recogimiento frente a conventos de entretenimiento, y esta opción radical conecta con la idea anterior de alcoba espiritual pues lo primero que procuraba, al poco de poner pie en cada una de sus fundaciones, era celebrar una misa. Quería sacralizar el espacio y no iba a consentir banalizarlo con distracciones del exterior, como aquella "Babilonia" que ella nombraba refiriéndose al convento de La Encarnación donde entró de monja.

Pero el reto de la reforma que pretendía tenía enemigos por todas partes, dentro y fuera. Los Carmelitas no veían de buen grado que se les señalase, por contraste, su vida, de regla mitigada. Otros monasterios instalados en villas y ciudades donde Teresa quería fundar temían que un nuevo convento les restase limosnas.

En esta tesitura ella se lanza con un coraje, que hoy podríamos decir temeridad, si no fuese que sentía verdaderamente ese impulso venido del cielo.

Una determinación que en cada nuevo proyecto fundacional llegaba a buen puerto en medio de incontables dificultades, a veces rocambolescas, como tener que entrar en una casa en plena noche para instalarse la nueva comunidad conventual, evitando la airada oposición vecinal azuzada contra ella.

Me pasma la eficacia de esa mujer tan resuelta, una todoterreno con capacidad de acción y contemplación deslumbrantes. Aparentemente actuaba siempre bajo obediencia pero se las arreglaba para salirse con la suya, tanto con pretextos espirituales como increíblemente prácticos. Una mujer que de joven estuvo en el umbral de la muerte y con fosa abierta en el convento, pero "mi hija no está para enterrar" -en palabras de su padre- y que "resucitó", con lenta mejoría, para lanzarse a una obra ingente que se verifica en un legado personal e institucional de primer nivel.

Teresa es un boomerang que pasó por la tierra lanzado por Dios, y a Él regresó. No se me ocurre otra imagen visual, que represente mejor su vida trepidante y a la vez elevada, contemplativa.

A todos nos descoloca porque no alcanzamos a subir donde ella alcanza. En su libro "Las Moradas" señala una meta, por etapas, espiritual, que recorrió primero. Nos cuesta a veces entenderla cuando nos habla en un lenguaje para entendernos con Dios sin palabras.

Para curarse en salud, estaba dispuesta a la autocensura en sus escritos, pues dejaba en el punto de mira su vida mística y la reforma emprendida. En cualquier momento podía ser víctima de la Inquisición, y de hecho fue investigada, sin que ello le asustara. No deja de ser curioso que otro perseguido, Fray Luis de León, fuese el primer editor de sus escritos, en Salamanca.

Al poco de morir Teresa ya era una autoridad arrolladora.

Ella, que siempre pedía consejo y permiso de obediencia, a la postre, será "la mandamás" de la espiritualidad auténtica y sublime. Sus consejeros tornaron a ser aconsejados por su vida y obra, los superiores hubieron de supeditarse a ella, a su vida y obra ejemplar; sus enemigas, algunas hermanas de La Encarnación, terminaron por aceptarla de madre superiora cuando al principio la trataron poco menos que de madrastra. Ninguna batalla perdió Teresa y cuando perdió la vida, la muerte no pudo con su cuerpo que se mantiene incorrupto. Amo ese cadáver exquisito que fue abandonado por un alma que nos sobrevuela. Me seduce su fe puesta en letra, su energía física y espiritual, y esa capacidad de vivir con los pies en la tierra sin que ello le impida elevarse al cielo en oración y contárnoslo como un favor inmerecido: "regalo del Divino Esposo" -como escribía orgullosa- por quien bebía los vientos y el cáliz del sufrimiento.

La santa tiene que ver mucho con Zamora, además de su indiscutible carácter castellano; me refiero a ese gusto devocional por la Pasión del Señor. Uno de sus revulsivos espirituales le sucedió por la impresión causada en su alma tras la contemplación de una figura de Jesús llagada. Varias veces confiesa habérsele presentado vivamente la imagen doliente de Jesús: "Toda me turbó de verlo...fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas que el corazón me parece se me partía".

Vuelvo a los brazos de Teresa, (con esa idea de enamoramiento que tanto le gustaba, para contarnos sus cuitas con Dios) y me quedo en ella, en su estilo y escritura poética que, como la música de Mozart, te eleva, te transporta, y puedes imaginar, si no sentir, lo que el cielo puede dar de sí, llevado de la mano de una mujer inmortal.