Desde que, en 1949, Mao logró hacer triunfar la gran revolución, China se ha ido convirtiendo en una potencia de enorme importancia en el nuevo orden mundial. Nada se puede entender sin ella. Con una mano de obra inmensa, con un crecimiento industrial y económico imparable, la locomotora asiática parecía abocada a convertirse a liderar el comercial mundial. Y, sin embargo, las celebraciones por el 70º de la fundación del nuevo país, del 1 de octubre, el más longevo de los regímenes comunistas constituidos en el mundo, más que la propia URSS, está desvelando sus otras caras no tan agradables. Y ese punto caliente, contradictorio y peligrosamente hostil es Hong Kong. La antigua colonia británica se ha convertido en una fuente de disgustos. En un desafío al orden establecido, la negativa a verse silenciados como la disidencia o cualquier crítica al sistema. Tal resistencia ha acabado por provocar un incidente serio, el primer manifestante herido de bala por la policía... Las autoridades parece que hayan recibido una orden tajante: acallar tal desacato. Pero los hongkoneses no están dispuestos a ver cercenadas las libertades que han disfrutado hasta la fecha. Desde luego, la China comunista no está, ni ha estado nunca, para estas zarandajas, la revolución ha de seguir pese a quien pese.

Las celebraciones por el aniversario de la creación de la República Popular han sido antológicas. En la tristemente conocida plaza de Tiananmen (por la revolución estudiantil fallida de 1989), Xi Jinping, en nuevo gran timonel, ha querido mostrar, con sumo orgullo, todo el poderío militar del país, con un desfile colosal, como tanto les gusta a los grandes países militaristas. Acompañados por los retratos del viejo Mao y de Sun Yat-sean (creador del Estado moderno), el actual máximo mandatorio exclamaba como signo de advertencia que "nada puede hacer tambalear los cimientos de nuestra gran nación. Ningún poder puede detener a la nación ni al pueblo chino en su progreso". Y, por supuesto, dedicó unas palabras a Hong Kong y Macao, resaltando que allí se mantendrán la prosperidad y la estabilidad.

La gran parada militar ha sido una demostración de fuerza y tecnología. En ella, se han podido ver las nuevas armas, misiles balísticos intercontinentales DF-41 (de 10 cabezas nucleares y que alcanzarían EEUU en media hora), los J-2 emplazados en submarinos y los futuristas DF-17 hipersónicos. Acompañando a tal avanzado arsenal, como medida de disuasión para cualquier enemigo que pretenda enfrentárseles, desfilaron más de 100.000 ciudadanos que encarnaban todos los sectores de la sociedad, acompañados con 70 carrozas que hacían repaso a la historia, cultura y logros del país. No hay duda de que la celebración está trufada de una exaltación nacionalista que pretende, en su grandilocuencia, mostrar que China es un país unido por una misma bandera y destino común y que va a seguir avanzando en la misma dirección bajo la tutela de las máximas del Partido Comunista. El problema es que hay unos cuantos puntos oscuros en tanta gala y buena fortuna. Actualmente, la economía China se ha visto afectada por la guerra comercial con EEUU. No hace este viaje sola. La globalización, en un país donde funciona una economía mixta, hace que este término del decadente capitalismo no sea una figura retórica sino una necesidad. China no solo produce y vive para ella misma, sino que necesita de la inversión y de la exportación para que su industria no se gripe. Y, al mismo tiempo, es una sociedad en donde, a pesar de la utopía socialista, porta los mismos problemas endémicos de muchos otros países de corte totalitario, el nepotismo, la corrupción y la coacción.

China controla los medios de comunicación y, desde luego, no abunda la libertad de pensamiento. Hay todavía partes de la sociedad que no han salido de una cierta situación de miseria y escasez (algunos hablan de semiesclavitud), lo que es lo mismo, no todos disfrutan de los parabienes del paraíso socialista. De hecho, se han tenido que distribuir más de 600.000 televisores por distintas zonas del país para que nadie se pudiera quedar sin ver el pomposo desfile. ¡Qué decir de las minorías musulmanas perseguidas!

Sin embargo, Hong Kong es la patata caliente de Pekín. La incorporación de esta colonia se las prometía felices. Desde luego, la gran urbe es y sigue siendo un centro comercial de primera magnitud, rico, desarrollado y tremendamente importante, pero... Durante demasiado tiempo ha vivido bajo los aires de una libertad, no ideal, pero sí significativa que choca de frente contra un sistema que pretende controlar a sus ciudadanos. Y los hongkoneses no están dispuestos a aceptarlo. Mientras, en Tiananmen, China se vanagloriaba de su historia, en el centro de Hong Kong se llevaba a cabo otra gran marcha, pero con "aire de carnaval" contra la política de Pekín. Vestidos de negro, como si estuvieran de duelo, clamaban muy fuerte entonando el himno de las protestas, el Gloria a Hong Kong, muy críticos con los fastos de Tiananmen, siendo pisoteadas las pocas banderas que exaltaban la fiesta de la República Popular. La quema de una bandera roja condujo a una intervención directa de las fuerzas del orden público con gas pimienta y cañones de agua a presión. El enfrentamiento entre manifestantes radicales y la policía no se hizo esperar, provocando el incendio de varias barricadas. Y la intensificación del uso de la fuerza que derivó en disparos reales. El balance dio lugar a la detención de medio centenar de personas y a otro medio centenar de heridos, cuatro de ellos hospitalizados en estado grave.

Amnistía Internacional ya ha puesto el grito en el cielo exigiendo una investigación policial por lo sucedido y, por supuesto, condenando el uso de munición. La situación, a todas luces, se está volviendo cada vez más crítica si no se produce una intermediación. Y China, generalmente, suele resolver los problemas domésticos por sí misma, de forma contundente y firme, ignorando los derechos humanos. Veremos cómo acaba.

(*) Doctor en Historia Contemporánea