Empezaron casi hora y media tarde, pero nadie se quejó. Nosotras también apuramos al máximo. "Tranquila, Aldana, acá son todos españoles. Hasta que ellos no se vayan, no hay problema". Cañas después del trabajo, algo de picar, terraza: el Garden District de Washington fue el pasado jueves una esquina cualquiera de Madrid.

Al lado, en el BlackCat, tocaba Vetusta Morla, mínimo común múltiplo de nuestra generación. Aldana los vio ya dos veces en Buenos Aires. "Me impresionaba mucho ser la argentina en medio de la nostalgia de tantos españoles que quieren volver y no pueden". Nunca había pensado en Vetusta con esa perspectiva, pero desde entonces la noche ya no fue sobre otra cosa.

"Aeropuertos, unos vienen, otros se van, igual que Alicia sin ciudad. El valor para marcharse, el miedo a llegar". Nos salía del alma. Del estómago: "sueña con despertar en otro tiempo y en otra ciudad". La nostalgia brutal de una generación que ni siquiera supo que estaba emigrando.

"¿Cuántos estáis aquí desde la crisis de 2010?" Gran estruendo. Yo llegué en 2011 y todavía los pocos españoles que te encontrabas en Washington eran, sobre todo, niños bien de colegio privado y padres influyentes. Los primeros jóvenes españoles neoliberales y ultraconservadores los conocí aquí. Cuando volví en 2013, ya éramos muchos y ya éramos más parecidos a lo que de verdad somos: de barrio, de universidad pública, de becas. Anoche, principios de otoño de 2019, todos, unos y otros, nos habíamos hecho mayores.

Me sonaban todas las caras, un poco también porque iba sin gafas y -creedme- los españoles somos más idénticos de lo que pensamos. Ya no somos los que acabamos de llegar. Una pareja de español y estadounidense con sus dos hijos rubios y auriculares enormes, "estos dos van a cantar a todo trapo". El eterno soltero de la mano de una novia. La exbecaria que ahora dirige su equipo. El chaval que a los 23 dijo me voy por un año, "por la experiencia".

"Tía, no hay nadie de esta sala a quien le digas que le das en España exactamente lo mismo que tiene aquí y no vaya corriendo a subirse al avión". Pero nunca podrá ser exactamente lo mismo. Sobre todo, porque quizás lo más especial que tenemos los que estamos fuera sea eso. Haber estado fuera, estar fuera. La experiencia. Y a eso también es muy difícil renunciar. "Dejarse llevar, suena demasiado bien, jugar al azar, nunca saber dónde puedes terminar, o empezar". O empezar.