No es que el señor Trump nos vaya a mandar misiles ni bombarderos, ni vaya a levantar un muro desde Sanabria a la Guareña y desde Alcañices a Tierra de Campos. Lo más seguro es que ni sepa de la existencia de esta provincia. Ni él ni sus asesores. O sea, que por ese lado podemos estar medianamente tranquilos. Y escribo medianamente porque con don Donald nunca se sabe. Sus reacciones son tan imprevisibles como el tamaño de sus mentiras y sus exageraciones.

Y una de sus exageraciones ha sido el "arancelariazo", ese anuncio que ha puesto a temblar a media Europa. No se entiende bien qué tienen que ver las ayudas ilegales al Air Bus con aumentar un 25% lo que van a pagar el vino, el queso, el aceite y demás por entrar en Estados Unidos. Pero, ya digo, el esposo de Melanie tiene estas cosas y debajo de la repeinada peluca rubia hay más impulso rabioso que razón. Y cualquiera le lleva la contraria. Te cesa antes de saludarte, como ha hecho con decenas de colaboradores y amigos.

El caso es que, hoy por hoy, cuatro países europeos (España, Francia, Alemania y Reino Unido) están amenazados por la rabieta de Trump. Todo empezó por la guerra entre dos fabricantes de aviones: el norteamericano Boeing y el europeo Air Bus. Boeing se quejó de que las cuatro naciones citadas habían dado ayudas ilegales a Air Bus. La denuncia llegó a la Organización Mundial del Comercio (OMC), que falló a favor de la firma estadounidense. Sentencia que permite a la Administración Trump imponer nuevos aranceles a productos europeos por valor de 6.900 millones de euros. Mister Donald podía hacerlo o no hacerlo, pero menudo es él, como para dejar escapar una oportunidad de humillar a otros países y de demostrar que lo de "América primero" es su santo y seña caiga quien caiga y origine los problemas que origine...aunque también afecten a la propia América que dice defender. Así que sacó una lista de 150 productos europeos a los que quiere aplicar subida de aranceles. Y, entre ellos, el vino, el queso y derivados del cerdo, es decir tres pilares de la economía zamorana, tres sectores en alza y con posibilidades de continuar creciendo.

-Se ve que el tal Trump quiere contribuir a despoblarnos más aun. Si no vendemos lo que producimos en el medio rural, apaga y vámonos, dice el señor Calamando, que tocó el viernes las campanas de su pueblo para llamar la atención sobre la España vaciada.

-¿Y a este hombre no hay quien le diga nada?, pregunta el señor Odorico, que cree que todo se arregla echando broncas.

-Son cosas de la globalización, que nos hace estar todos entretallados y si allí se constipan, aquí toses y al revés.

-Coñe, yo creí que lo de la globalización era cuando ponen a destajo los de Tráfico el control ese de soplar, ironiza el señor Odorico; pero ya veo que tiene más calado y nos va a traer líos. Salvo, claro, que los de aquí se pongan serios.

Precisamente eso es lo que parece que va a ocurrir: que Europa va a reaccionar y, ¡oh, milagro!, pronto. Hay tiempo. Las amenazas de Trump podrían cuajar el 18 de octubre. Cuatro días antes, la Comisión Europea y los norteamericanos mantendrán una reunión para intentar convencer a los USA de que sus medidas son exageradas y perjudiciales para todos. Mientras tanto, las naciones afectadas han empezado ya a moverse. El gobierno español citó el viernes al embajador estadounidense para manifestar su protesta. Otros países están haciendo lo mismo y tratan de unir sus fuerzas para parar la avalancha. Y, en caso extremo, para pedir que se le impongan a los productos norteamericanos aranceles similares.

El desenlace está abierto. No solo por el carácter ventolero y veleta de Trump, sino también porque los consumidores americanos podrían sufrir las consecuencias. Y eso siempre es peligroso, pero, en año electoral, más. Y don Donald ya está pensando en la reelección. Y ahí, en ese desenlace, tiene mucho que jugar la Unión Europea, tanto en su factor de Europea como en el de Unión. O sea que nadie haga la guerra por su cuenta ni muestre debilidad. Cohesión y firmeza.

-Que los negociadores se acuerden del chiste en el que un paisano, sentado en el sillón del dentista, agarra a este por la entrepierna y le dice: "¿Verdad, doctor, que no vamos a hacernos daño?", apunta don Odorico como posible solución.

No sé yo si Trump lo entendería, pero por intentarlo...