No es cierto que no podamos ponernos de acuerdo. La selección de baloncesto nos ha dado una lección de que, si se quiere, podemos llegar a ganar el campeonato del mundo. Basta que haya un respeto mutuo entre los jugadores, que nadie se piense que jugaría mejor él sólo, porque el baloncesto y la realidad no son así: hace falta un equipo para ganar, un equipo conjuntado y suficientemente entrenado, de modo que cada uno sepa dónde están los demás en cada jugada y pueda pasarles el balón con una mayor eficacia.

Lo sorprendente es que casi nadie daba ni un duro por esa selección en la que faltaban tantos nombres ilustres. Una buena cantidad de los jugadores era la primera competición en la que participaban como equipo. Y eso no significó inexperiencia o tontunas narcisistas. Con un trabajo de equipo bien entrenado y conjuntado brillaron todos los jugadores, cada uno cumpliendo su misión en defensa o en ataque.

Y muchos de los nombres ilustres del baloncesto español supieron dar paso a la imaginación, la fortaleza, el compromiso y la flexibilidad de los nuevos, que a ellos ya les empezaba a faltar, Son cosas no sólo de la edad, sino de que puedes estar quemado para la acción conjunta mucho antes de lo que piensas, sobre todo si te crees el único capaz por encima de los demás y te crees que podrías jugar sin ellos. Tienes renombre y fama, pero en ese caso más vale que te dediques a otra cosa y no estorbes la labor conjunta de los demás.