En contra de lo que con contagiosa simpleza se está extendiendo por redes sociales y medios de comunicación, no es ningún drama tener que volver a las urnas el 10 de noviembre. El drama sería no tener urnas. Tampoco es la peor de las opciones posibles tener que afrontar una nueva campaña electoral (como si no viviésemos una permanente campaña electoral aún en las fechas en las que no hay sufragio a muchos meses vista). Peor opción sería tener un gobierno que nos arrastrara a terrenos peligrosamente pantanosos en lo económico y fiscal, al estrangulamiento de los derechos individuales, la ruptura social o el resquebrajamiento de la soberanía nacional.

Hablemos de España, de la oportunidad que se nos abre de reflexionar sobre qué nación y qué tipo de gobierno realmente queremos. Al margen de maximalismos ideológicos, de conjeturas sobre liderazgos personales que se nos presentan como formando parte -quizás sobra el "como" en esta frase- de un show televisivo. De acuerdo, ya lo hicimos en abril. De acuerdo, la política ha fallado y no se han trabajado todas las líneas de diálogo, consenso y negociación para que la investidura hubiera llegado a buen puerto. De acuerdo, la aritmética hubiera permitido fórmulas de gobierno que ni siquiera se han intentado. Pero ahora la voluntad agrupada de todos los ciudadanos vuelve a tener la palabra y eso no es malo.

Que la política, o mejor dicho nuestros políticos -cada uno en su grado, que ni mucho menos tienen todos la misma responsabilidad en lo ocurrido porque no todos tenían las mismas posibilidades de suma- no haya estado a la altura de lo que se presupone en una democracia madura y consolidada no implica que hayan fallado los instrumentos democráticos. Por eso, aunque sea legítimo llamar a la abstención, al cabreo y a no sé cuántas otras acciones, lo sensato es pararse a pensar cuál es la mejor forma de ayudar a nuestro país, a nuestra provincia y con ello a nosotros mismos. Y sí, a la vez, dar un toque de atención a aquellos políticos que conscientemente (aunque se pueda calificar más bien de inconsciencia) no han sabido estar a la altura.

En democracia, definida por Winston Churchill como el menos malo de los sistemas de gobierno conocidos, todos los votos son útiles y todos otorgan lectura para aquellos que no se empeñan en taparse los ojos con las manos. Los votos que otorgan escaños, los que siendo sobrantes permiten a una fuerza política ser la más votada y también los que recaen en fuerzas que aún sin obtener representación sirven para manifestar que no todos pensamos igual y que hay que acordarse de aquello de lo que casi nadie se acuerda nunca fuera de fechas electorales, por ejemplo, de Zamora y los zamoranos, de la secular ausencia de oportunidades no en función de estrato social sino de ubicación geográfica.

Votar es proponer, manifestar, también premiar y castigar, pero sobre todo es decir estoy aquí y quiero decidir sobre nuestro futuro.

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