Según el cómputo realizado por el portal geoviolenciasexual.com, se han producido en España y en lo que llevamos de año, 37 agresiones múltiples, más del doble de las dieciocho registradas en todo el año 2016 y de las catorce de 2017. El pasado año se registraron 61 violaciones múltiples. No cabe duda de que, seguramente, en 2019, se superará este desagradable registro que, desgraciadamente va en aumento. Eso en cuanto a las violaciones múltiples perpetradas por 'las manadas' esa modalidad nacida en los Sanfermines que parece haber calado entre un sector amplio de los depredadores sexuales, pero es que las violaciones 'individuales' en España siguen un crescendo imparable hasta el punto de convertirse en los delitos que más han aumentado en España en el último año.

La realidad es esa. Hay que denunciar, hay que desenmascarar a los depredadores sexuales, a los abusadores, ya sean de mujeres, de jóvenes o de niños. Y me da igual que sean paisanos de cualquier clase y condición, qué curas, militares y políticos. No se pueden escudar en un hábito como Andreu Soler, el fraile del monasterio de Montserrat y fundador de los scouts del lugar, en un uniforme, como Antonio Manuel Guerrero, el guardia civil de La Manada de San Fermín, como tampoco se pueden escudar en su origen, ni españoles, ni magrebíes, ni franceses, ni británicos, ni rumanos, ni rusos. No pueden gozar de inmunidad. No pueden estar en la calle porque los violadores reinciden. La estadística lo deja bien claro.

Si acusamos a religiosos y sacerdotes de una 'práctica' asquerosa, no pueden dolernos prendas a la hora de hacer lo propio con los imames de las mezquitas que se levantan por doquier en España. ¿Alguien ha oído hablar del imam que violó de forma reiterada a un niño de nueve años en una mezquita de Barcelona situada en el barrio Gótico de la capital catalana, a la que el pequeño acudía asiduamente a recibir clases de Corán? Ni el Tato ha oído hablar del asunto. Estamos ante una dolorosa realidad que no se puede callar. Sobre todo porque hay indicios más que razonables de la violación sistemática del imam ya que dejó rastros de ADN, concretamente semen, en la ropa de la víctima.

No entiendo esta especie de proteccionismo que se ejerce a todos los niveles a favor de los ciudadanos procedentes de África, fundamentalmente. El silencio en torno a estos episodios se torna cómplice y es nocivo hasta para los propios delincuentes. Qué pacto no escrito hay entre las autoridades, los medios de comunicación y un sector de la población para no hacer públicos estos episodios. Sólo la Policía Nacional se atreve a abrir la boca y decir ¡basta ya! a este silencio, a esta falta de información. Vamos a estigmatizar y machacar al sacerdote diocesano o religioso, pero no toquemos, porque es de casta intocable, al clérigo musulmán. ¿Es miedo? ¿Es pavor? Alguien tiene que dar explicaciones.

Obviamente, el imam se ha defendido con uñas y dientes alegando que se le echa del centro donde lo han puesto fuera de juego por 'inmigrante ilegal', está muy manido ya ese rollo. No podemos ser duros en extremo con los nuestros, nuestras tradiciones y costumbres y pasar por alto las de ellos: ablaciones, sharías, opresión a la mujer, ninguneo, humillaciones y todas esas cuestiones que, curiosamente, no hacen saltar de indignación al orbe feminista plural de España. Se ve que impone y da más reparo un turbante u una kufiyya que un bonete. Eso tiene un nombre que no pasa por el respeto pero sí por el miedo.