Los pedagogos un tanto bárbaros de otros tiempos sostenían que la letra, con sangre entra; pero sobra decir que esos métodos ya han pasado al olvido. Ahora se aplican fórmulas más sofisticadas de aprendizaje que consisten en encerrar a los chavales horas y horas en el aula, aunque tampoco la letra con largos horarios entra. Eso parece desprenderse, al menos, del último informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, que reúne a muchos de los países más prósperos -y, por tanto, mejor educados- del mundo. En España, los alumnos reciben unas 130 horas más de enseñanza que el promedio de la OCDE, pero su rendimiento académico es inferior al de Finlandia, Suecia, Noruega y Japón, donde los estudiantes pasan menos tiempo ante la pizarra.

Si las evaluaciones de PISA no mienten, los chavales españoles están por debajo de la mayoría de sus colegas europeos en letras y números; por no hacer ya enojosas comparaciones con ciertos países de Asia. De lo que bien pudiera nacer la sospecha de que la cantidad no se traduce necesariamente en calidad.

Ocurre aproximadamente lo mismo con el trabajo que los escolares puedan obtener una vez concluida su formación. Aún hoy sorprende que los españoles trabajen 240 horas más al año que los alemanes, modelo de laboriosidad.

Al igual que en la educación, el quid parece estar no tanto en el número de horas que se le echan a la faena como en el rendimiento o productividad. Grecia, con casi 2.200 horas de calendario, es el país con mayor esfuerzo laboral de Europa desde el punto de vista cuantitativo. De poco parecen haberles servido a los griegos que inventaron la maratón esas maratonianas jornadas, a juzgar por sus recientes desdichas financieras.

Bien al contrario, los países donde menos horas se trabaja en Europa son naciones famosamente prósperas como Holanda, Dinamarca, Francia, Suecia, Suiza o la antes mentada Alemania. Los más rencorosos opinarán que los ricos se las arreglan siempre para no dar golpe. Más razonable será pensar que han alcanzado un grado de organización del trabajo lo bastante eficiente como para que una de sus horas de faena equivalga a cuatro de las de otros países menos ordenados. A menudo sucede que menos es más.

Infelizmente, el Estado parece haber asumido en España la idea de que basta echarle horas a la educación, igual que al trabajo, para obtener los resultados deseables. No es eso lo que luego dicen la OCDE, PISA y otros examinadores internacionales, más partidarios de mejorar la calidad de la enseñanza que de mantener a los alumnos en clase casi tanto tiempo como el encerado.

Tanto venir al aula y no sé a qué vengo, podrían decir los colegiales que, pese a todo, desarrollan luego brillantes carreras profesionales, a menudo en el extranjero. El día que el sistema mejore, lo van a petar.