La iniciativa de Pablo Casado de volver a abrir el PP al pensamiento y el debate ideológico, en primer lugar y al pensamiento liberal en su más amplio espectro y sin límites estrictos ni por la derecha ni por la izquierda me parece la mejor noticia nacional de los últimos años.

La cercanía de las urnas, y en España llevamos unos cuantos años con las urnas permanentemente cercanas, suele llevar a la exacerbación de las diferencias frente a las coincidencias. A la definición de los oponentes con los matices más afilados. A la descalificación con términos que da igual no se sostengan ni conceptual ni históricamente. Lo que importa es ser eficaces para asentar en el imaginario colectivo las notas que identifican a los malos (todos los demás) y a los buenos (los nuestros).

Juego de tronos, podríamos definirlo y quedarnos relativamente tranquilos. Ladridos de los perros a la luna -utilizando y parafraseando versos de Bécquer-, voces que hacen correr cuatro políticos que buscan alcanzar o mantener el respaldo de los votantes. El problema es cuando esa exageración del discurso -legítima cuando se queda en el ámbito de la escenificación del debate político- trasciende a otros ámbitos sociales en los que no es tan claramente diferenciable dónde se separa el juego dialéctico del enfrentamiento personal de los seguidores de cada bando. Así nos hemos acostumbrado en los últimos meses a que, siguiendo la creación del laboratorio de un determinado partido político con mayor prédica que otros entre los profesionales de los medios de comunicación, se refieran a los tres partidos del centro y la derecha como "las tres derechas" (a la sandez del "trifachito" todavía no se atreven claramente), incluso en titulares que se suponen limpiamente informativos y no valorativos.

El lenguaje no es neutral ni plano y la forma menos honesta de hacer uso de él es llevar a la simpleza cuestiones complejas como las ideológicas. Es muy fácil y por desgracia demasiado común en la actualidad llamar fascista o facha a todo aquel que se sitúe, por ideas o simplemente por militancia, en cualquier punto a la derecha del que habla. También es muy fácil, y desgraciadamente vuelve a sonar lo que fue muy común hace algunos años, llamar marxista o rojo a cualquiera que se posicione ligeramente más a la izquierda del que hace la calificación.

Quienes lanzan esas corrientes de opinión son plenamente conscientes de que tales simplificaciones no responden a la realidad, pero saben también que habrá muchos que sin pararse a razonar asumirán el discurso y lo utilizarán a discreción como arma arrojadiza. ¿A qué lleva eso? A lo mismo que ha llevado la exacerbación de los nacionalismos regionales, al enfrentamiento civil, a la ruptura de la convivencia, al maniqueismo destructivo.

En España, piel de toro y sangre caliente, de la que dijo Machado que de cada diez cabezas nueve embisten y una piensa, es peligroso promover el "frentismo" que no admite términos medios. La iniciativa de Casado es buena, precisamente, por ir a contracorriente.

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