El veganismo patrio está sacando pecho. Al episodio de la gallina y los huevos, se suman varias denuncias que no me atrevo a decir si tienen fundamento o no. No quiero tener como vecina a una vegana. Son irreductibles. Van a lo suyo pero no respetan lo de los demás, que es lo jorobado. A una señora de la ciudad australiana de Perth le remito. La buena señora no se ha andado por las ramas a la hora de denunciar los hábitos y costumbres de unos vecinos para ellas molestos. Los ha denunciado en la mismísima Corte Suprema australiana exigiéndoles que dejen de fumar, que no hagan barbacoas en el patio de su casa y, yendo un poco más allá, ha solicitado que incluso prohíban a sus hijos jugar a la pelota.

Puedo entender lo molesto de los humos que desprende la barbacoa, incluso el humo del cigarrillo si encima no se es fumador, pero lo de la pelota de los niños ya me parece demasiado. Además, el patio de la casa de cada quien es particular y, digo yo, que podrá hacer en él, de él y con él, lo que le venga en gana, siempre y cuando no moleste a nadie. Lo de los humos, al aire libre, no puede ser molesto para nadie. Peor es que ten pongan música por llamarlo de alguna manera, a tope de decibelios y tengas que hablar a grito pelado en casa.

Estamos sacando las cosas de quicio. Cómo es posible que la ciudadana australiana asegure que el olor de la barbacoa de sus vecinos le impide salir de casa. ¿No tendrá agorafobia y pretende enmascararla con esa excusa? Peor resulta salir a la calle y a lo largo de una larga acera tener que soportar los excrementos de las palomas y el olor que desprenden. Sólo que las palomas están en su derecho, tienen todos los derechos del mundo y como esa es su particular libertad de expresión pues ajo y agua a montones.

Mucho peor todavía es que las calles no se rieguen lo suficiente y de las cloacas salgan unos tufos que apestan o que circules por determinadas calles y veas aparecer una rata del tamaño de un gato. Pero, claro, las ratas deben circular libres por las ciudades. No podemos someterlas confinándolas en las cloacas. Esto también es una denuncia. Cierto que ciertas denuncias hay quien se las pasa por el forro de sus correspondientes pantalones. En fin.

Y, digo yo, si los vecinos de la denunciante, en lugar de salchichas, costillas de cerdo o de canguro, vaya usted a saber, y buenos filetones, pusieran en la barbacoa verduras, que también tienen sus humos, ¿la vegana los hubiera denunciado ante la Corte Suprema? Las verduras y hortalizas cuando se pasan por el fuego o por la placa, también desprenden humos y olores. Lo mismo no son tan intensos o a lo mejor la denunciante los llevaba también a los tribunales por atentar contra los indefensos vegetales sometiéndolos a la acción del fuego.

Esto es el mundo al revés. Nos molesta todo. Todo nos agobia. Incluida la gente, los propios vecinos que son los primeros en echarnos una mano cuando los necesitamos. Nos estamos haciendo antisociales. Acabaremos como San Simeón el estilita, aquel santo asceta cristiano, posiblemente el más famoso de una larga serie de estilitas o ermitaños de columna. Todos encaramados en lo más alto de la columna, a la que también le sacaremos defectos. Que si la queremos jónica, que si dórica.

Volviendo al asunto que nos ocupa, la denuncia a los vecinos australianos de la barbacoa, vengo a contar y cuento que un juez de la Corte Suprema y el Tribunal Administrativo del Estado, han desestimado el caso, dando la razón a los vecinos.