Irrumpieron las notas de la Marcha Real mientras sonaba Els Segadors en la tradicional ofrenda floral a Rafael Casanova con motivo de la Diada, que ha entrado como casi todos los años sucede en una guerra de cifras. La manifestación registró, según dicen, menos asistentes que nunca desde que comenzó el procés pero su ruido resulta igual de ensordecedor y más amenazante por la rogativa del "pueblo encadenado" que Torra quiere liberar. Se invoca la unidad y hacer frente a una sentencia presumiblemente ejemplar para quienes se rebelaron contra el Estado desde las propias instituciones.

El movimiento independentista ha elegido a Gandhi y a Luther King para compararse en la insumisión; la vida exagera y gesticula, no tiene remedio. Los segadores y sus cadenas se miran en el espejo de la caída del Muro de Berlín, y a ese despropósito gigantesco y desproporcionado le ríen las gracias Ada Colau y los podemitas que insisten en negociar una coalición de gobierno imposible con el PSOE, que empezará a crecer en intención de voto -si hay que fiarse de los sondeos ya lo está haciendo- cuanto más se distancie de la turba que lo compromete.

Los peronistas de Iglesias han decidido, como es tradición del peronismo, diversificarse y poner huevos en la cesta nacionalista. Aplauden cuando el independentismo exige a Sánchez liberar a los políticos presos en un plazo de dos meses y anuncian que si los jueces condenan a todos lo volverán a hacer, porque sienten el castigo del delito como propio. Es una grandilocuencia boba y disparatada, un dislate, una desmesura. Pero así es.

Lo mejor, por ahora, es tomárselo a broma, como el genial Mark Twain cuando escribió a Asociated Press para informarles que la noticia publicada sobre su muerte era una exageración.