Si no fuera que ya es una rutina el comienzo de las clases en septiembre, podríamos decir que se trata de la noticia que por reiterada y prevista no deja de ser acontecimiento reseñable como ningún otro. Los motivos son muchos pero aquí vamos a destacar sólo algunos. La escuela, la educación básica, no es una victoria social vieja, sino un derecho cumplido, y relativamente joven en nuestro país. Don Claudio Moyano empezó a legislar a favor de la escuela pública, pero como veremos, la efectividad de las leyes tardó en aparecer.

Cuando a mediados de los setenta un servidor hacía el Servicio Militar fue destinado como maestro a la unidad escolar para soldados semianalfabetos. Ya quedaban pocos pero ello indicaba que la necesidad existía, aún cuando nos encaminábamos por el último cuarto de siglo. Y conocí a oficiales chusqueros que tenían dificultades en leer decenas de millar con varios ceros en medio. Salí de la mili directo a un colegio porque estando en ella superé las oposiciones, con el apoyo de mi capitán, que facilitó los permisos para los sucesivos exámenes y, satisfecho en su conciencia, dijo al comunicarle mi éxito que era un orgullo para el batallón. Ciertamente lo creía así ante el panorama que veía en las compañías de tropa. Él mismo se veía retratado en mi triunfo. Ambos creo que partíamos de muy atrás en la carrera profesional y social. Lo cual quiere decir que de niños, y más él que yo, nuestras posibilidades de estudiar no eran iguales ni siquiera en los niveles básicos.

Un servidor sufrió mucho cuando alguno de mis alumnos de secundaria vagueaba con tantas facilidades que tenía frente a las de su profesor que a la misma edad tuvo que irse con los Hermanos Maristas, casi por caridad, a cientos de kilómetros de su casa. Y hoy sigo diciendo: "A Dios gracias". Pero fue duro y un poco excesivo aquel desapego familiar tan temprano para poder estudiar bachillerato un niño humilde de pueblo.

Hoy las cosas han cambiado, también a Dios gracias, y como decía, es una buena noticia que comience el cole porque con ese arranque ya engrasado por el tiempo empiezan muchas cosas buenas para todos. Y reitero lo de "todos" porque todavía no se acaba de asumir que la escuela es el esqueleto primigenio de nuestro organismo social. Nadie alcanzará lo mínimo importante sin subir por este pequeño pero transcendental tramo de la vida. Es por lo tanto responsabilidad compartida de padres, docentes y de la sociedad en que nos criamos. Estoy hablando de la escuela por donde ha de pasar desde el papa hasta el conductor de autobús de línea y ambos con responsabilidad sobre miles de personas a diario. Pues bien el Cole es eso: la autoescuela de la vida donde el carnet de conducirte por ella lo expides tu mismo con ayuda de copilotos generalmente entusiasmados con su oficio. Y más preocupados por ayudar que por ganar, pues nunca estará bien pagada esa tarea tan humana y decisiva para la vida.

Fui maestro y en la lista de mis gratitudes no escritas, pero tampoco olvidadas, están las maestras y profesores que me ayudaron a dar el salto desde ese umbral tan bajo de perspectivas que tenía un niño rural nacido a mediados del siglo pasado.

Antes que una bicicleta mis padres me compraron una cartera de skay con doble cremallera para guardar los libros. Era empezar la casa por el tejado pero también señalar que mi techo era alto si sabía aprovecharme de esas herramientas que no encallecen las manos.

A todos la escuela nos hace crecer porque sin ella está visto y demostrado cuánto y cuán largo es el atraso de pueblos y sociedades. Empieza el curso. Pues qué bien! Y que nunca ocurra nada que lo impida. Esta investidura del saber ni se aplaza ni negocia. Aunque por desgracia en la trastienda política hay oscuras negociaciones que le afectan. La escuela es un asunto de Estado. No debería haber tantas diferencias entre según que esquinas del mismo. Hemos avanzado en calidad sobre educación pero hemos fracasado en consenso y esto ralentiza el progreso y dispersa energías y recursos. Por no hablar del conflicto socio-político que subyace en ello, pagándolo desde la escuela hasta la universidad.

¿No habrá gente docta y con cordura que les mande al rincón de pensar a los políticos y los deje sin recreo hasta que se pongan a la tarea de coser cuadernos y no banderas? Ni las collejas de los votos les valen. Ni el ridículo de hacer política trasnochada y partidista. Menos mal que, hasta ahora, el curso escolar empieza, año tras año, con el único consenso que parece vigente: la demostrada necesidad de la educación, a pesar de los pesares.

Y como tantas veces escuché de niño : "El saber no ocupa lugar", se me ocurre un serio juego de palabras: "Ocupémonos del saber". Saldremos todos ganando