El descenso de la venta de coches es un síntoma de la desaceleración económica (como si hubiera estado acelerada), pero también una consecuencia de las palabras de la ministra del ramo sobre el diesel. Asimismo, se multiplican las dudas sobre si adquirir híbridos, eléctricos o de gasolina. A todo ello conviene añadir que para las nuevas generaciones el automóvil no representa el cambio de estatus o el salto a la libertad que representaba para las anteriores. Todos estos análisis conviven con naturalidad en las tertulias de la radio cuando el director o la directora del programa saca el asunto a relucir. Otro tema que se menciona poco es el del crecimiento increíble de la población penitenciaria debido al aumento de las penas relacionadas con los delitos de nuevo cuño vinculados a la conducción.

El coche, según lo mencionado en el párrafo anterior, estaría muerto o en franca decadencia, como algunas especies vegetales o animales. Falso: la gente no compra porque no dispone de líquido ni de crédito. No estamos para solicitar más préstamos, el último de ellos, por cierto, logrado con el aval del Seat León del que todavía nos quedaban cuatro letras. El automóvil, en fin, más que muerto, se encuentra de parranda. La parranda se produce en el mercado de segunda mano, donde hay una actividad brutal que se refleja en los anuncios de las casas dedicadas a la compraventa. Conocerán ustedes una publicidad agotadora que repite la frase "compramos su coche, compramos su coche, compramos su coche, etc." hasta la extenuación. Significa que mucha gente está dispuesta a venderlo para hacer frente a una necesidad de carácter doméstico, y que hay muchos compradores dispuestos a hacerse con él a bajo precio tras su puesta a punto.

El mercado de segunda mano, en fin, es ahora mismo el rey. No se trata, pues, de que el usuario dude entre uno u otro modelo energético, ni de que las nuevas generaciones lo detesten, ni siquiera del peligro de acabar en la cárcel que conlleva en estos momentos conducir, sino que no hay dinero. He ahí un síntoma de desaceleración donde ya caminábamos a paso de tortuga. Da pena verlos, a los automóviles, tan relucientes y tan prehistóricos, tan solos, en los escaparates de los concesionarios.