Este verano, mientras he disfrutado de las fiestas en algunos pueblos de Zamora, no he podido por menos que reflexionar sobre lo bien que nos lo pasamos en estas tierras y, en relación con ello, si este estado de ánimo tan especial que uno respira mientras camina por las calles de cualquier localidad, asiste a un encierro campero, saborea un arroz a la zamorana, disfruta de un espectáculo pirotécnico o mueve el esqueleto al son de las melodías con que nos deleitan las orquestas de turno, por citar unos cuantos ejemplos muy básicos de jolgorios diurnos y nocturnos, no tendrá algo que ver con el estado de salud de la población y, en general, con la esperanza de vida en este país, una de las más altas del mundo. Un indicador de este bienestar emocional y colectivo, con los impactos positivos sobre la salud, pueden ser las fiestas y los jolgorios que, por aquí y por allá, uno se encuentra en cualquier rincón de la geografía nacional, no solo en verano, aunque principalmente cuando llega esta época, que ahora se esfuma.

En este país estamos muy acostumbrados a escuchar por parte de otros, principalmente de ciudadanos de países extranjeros del centro y norte de Europa, que los españoles estamos casi siempre de jarana. Las imágenes que se han construido sobre este país están asociadas a muy diversos tópicos. Ya conocen los más típicos: los toros, la tortilla, la paella, el flamenco, etc., así como las fiestas y el jolgorio, elementos consustanciales a nuestro adn colectivo. Estas impresiones también se perciben entre los estudiantes europeos, sobre todo norteños, que frecuentan las aulas universitarias en la Universidad de Salamanca, con quienes hablo, pregunto y me cuentan. Lo curioso, sin embargo, es que cuando están aquí ellos son los primeros que disfrutan como enanos de los espectáculos festivos y, cuando regresan a sus países, se llevan unas imágenes muy agradables y optimistas de lo que por aquí han visto y vivido. Y estas impresiones se confirman con las altísimas cifras de turistas extranjeros que recibimos a lo largo del año.

Todo ello se relaciona con otro asunto que me llama la atención. Como saben, España es uno de los países europeos con unos índices de productividad de la economía bajos. Si, por ejemplo, el análisis comparativo se hace con Alemania o los países nórdicos, es mejor que cerremos los ojos y echemos a correr. Aquí trabajamos de media más horas que en esos países y, sin embargo, la productividad por hora de trabajo es inferior. Algunos creen que esta distorsión puede estar relacionada con nuestros horarios de trabajo (a todas luces bastante irracionales) y, hasta aquí quiero llegar, con el espíritu festivo que nos acompaña, con el impacto negativo sobre nuestra economía. Pues bien, mientras algunos creen que algo debería corregirse en estas contradicciones (por un lado, baja productividad de la economía española y, por otro, una actividad festiva muy considerable), tal vez el debate debería centrase en lo que apuntaba al inicio: la relación entre la esperanza de vida y el espíritu festivo. Porque de eso, aquí, sabemos mucho.