Queridos alumnos que este curso no voy a conocer:

Ha empezado septiembre y yo no estoy inquieta por conocer a mis nuevos alumnos como durante más de treinta años de mi vida -ya descuento para que no hagan cuentas los agradecidos lectores enemigos políticos los cuatro últimos en la Diputación y los del sindicato. Pero estoy triste.

Queridas alumnas, estoy un poco triste:

Porque si hay algo que emocione en una de las mejores profesiones del mundo, la de maestra o profe, es volver un curso más a ver a los niños que han puesto en tus manos para enseñar y aprender, de cualquier edad que sean porque seguimos siendo niños mientras tenemos la capacidad de sorprendernos por lo desconocido, de sentir la curiosidad por el aprendizaje, de reconocer humildemente nuestra ignorancia y de, sencillamente, aprender de alguien que puede enseñarte, en ese intercambio recíproco que es la educación.

Queridos alumnos, es algo más que nostalgia:

Pero persiste el recuerdo de los primeros septiembres de pueblo en pueblo y escuela tras escuela, lleno de luz de finales de verano y de la luz de vuestros ojos expectantes y curiosos ante la nueva maestra, tan desconocida como los libros que el primer día y sin forrar por si había que cambiarlos llenaban la mochila a veces también nueva. Vuestra maestra y vosotros teníamos el mismo vértigo ante el nuevo curso, que desaparecía el primer día de clase:

- Señorita, ¿cómo se llama?

- Me llamo Laura.

- ¿Doña Laura?

- Como queráis.

"¡Lauraaaa...!", con vozarrón, como años después a veces me llamábais por la calle con la alegría de volvernos a ver.

Queridas alumnas, he apostado más por el amor que por la pedagogía:

Quizás podría haber sido mejor profesional, porque no he sido capaz en tantos años de decidirme entre Amor y Pedagogía -como en el debate planteado en la novela de Miguel de Unamuno-. Pero si me ha faltado algo de Pedagogía, lo que siempre he tenido es amor por vosotros, que os habéis convertido en excelentes profesionales cada uno en su campo y mejores personas. En Alcañices, a dos alumnos que como no se les daban bien los estudios iban a ser pastores y se pasaban mi clase de Sociales sumando de uno en uno la ganancia que se sacaba a cada cordero de un rebaño en una suma infinita, yo les enseñaba que tenían que multiplicar. Y hasta me hacían caso y sacaban la arrugada tabla para hacer la cuenta, pero "por si acaso, Laura, mejor sumamos cada cordero". Y seguían porque triunfaba el amor frente a las Matemáticas... ¡Y porque tenían razón y sabían cómo se compraba y vendía en la feria de la vida donde sólo unos pocos multiplican y la mayoría suma a duras penas o resta!

Queridos alumnos, he aprendido tanto de vosotros:

Porque casi siempre he trabajado en centros donde había población con problemas: de aislamiento como en Porto, donde empecé en Infantil con el gallego como lengua materna, esforzándonos por entendernos; en escuelas unitarias con alumnos de todos los niveles que se enseñaban unos a otros; con minorías étnicas que estaban en clase "por la paga", como yo misma y nos reíamos; con alumnos expulsados del sistema en Garantía o F.P. Básica que consiguieron algunos seguir estudiando y todos hacer amigos; con personas analfabetas que "Laura, nos hemos pasado toda la vida diciendo que no teníamos las gafas cuando lo que pasa es que no sabemos leer", o que querían estudiar lo que no pudieron de pequeñas porque no fueron a la escuela o se pusieron a trabajar.

Y de todos he aprendido vuestra capacidad de superación de las adversidades que las injusticias sociales habían añadido a vuestras vidas, por lo que sois un ejemplo para mí y un acicate más para defender la Educación Pública donde todos hemos tenido cabida y oportunidades.

Queridos alumnos, también he aprendido cosas menos trascendentes:

En Porto aprendí que "frueba" es una cosa blanca con pelitos que se come, y a decir "mai querida que friu fai" cuando hacía un frío que pelaba. También allí aprendí que el "sufragio universal" era que se hunden todos los barcos, y le puse buena nota a mi alumno por creativo, y ahora con el tiempo porque tenía razón metafóricamente. Recientemente he aprendido que hombres hechos y derechos pueden hacerse niños y partirse de risa cuando con el ratón unen "vaca" con su imagen y el ordenador aplaude. Y como mis alumnas manejan con soltura el ordenador en función de sus intereses: "¿puedo entrar a buscar pisos o a ver bodas gitanas?"

Y también he aprendido hasta hacerlas propias esas pequeñas anécdotas que un día me hicieron gracia y luego han formado parte de mi cultura, como la expresión que he usado para titular este artículo. En una escuela unitaria, donde todos los niños leían en voz alta sus redacciones escritas, el más pequeño de tres años que no sabía escribir nos contaba el cuento de los tres cerditos que le contaba su abuelo y en el que el lobo repetía cada vez que les tiraba la casita y se escondían: "¿Dónde están los tres cerditos? Se escuendan donde se escuendan, vos encontraré amiguitos".

El cuento se contaba siempre así, y así se lo he contado a mis hijas. Y así se lo dedico hoy a todos mis alumnos y alumnas, porque aunque no habré sido la mejor maestra que habéis tenido -ni lo he pretendido nunca porque mis compañeros de profesión son muy buenos- no me he olvidado de vosotros. Ni ellos tampoco.

Porque "vos encontraré amiguitos" (con comillas si no está escrito correctamente, pese a que "sea una tontería, Laura"), aunque este septiembre no nos veamos en clase.

Salud a "los mis" alumnos, como aprendí a llamar a quienes preguntaban por "la mi tutora" para que les defendiera.