Nos encontramos en el tiempo en el que la tecnología permite hacer cosas que antes parecían imposibles, y arribar a campos, actividades u ocupaciones que antes nos estaban vedadas. Una de ellas es el acceso al mundo de la fotografía, ya que, con disponer de una cámara digital y algunos conocimientos de Photoshop, o algún otro programa de ese tipo, ya se es capaz de hacer fotografías que puedan gozar de cierta calidad, e incluso de interés, aunque éste se limite al círculo de familiares y amigos.

Lejos quedan los tiempos en los que había que disponer de un laboratorio, más o menos profesionalizado, para cubrir todas las fases del ciclo de elaboración de una imagen. Hoy, cualquiera puede hacer una instantánea, retocarla e imprimirla. Y lo puede hacer en color o en blanco y negro, como mejor pueda parecerle a su autor. Cierto que eso no significa que se llegue a ser un buen fotógrafo, y que se consigan obtener fotos dignas de ganar un Pulitzer, porque para eso ya están los profesionales que se dedican a ese menester, pero si de elaborar, sin grandes presupuestos, un dosier sobre cualquier tema que pueda llegar a interesar ya sea un viaje, unos retratos familiares, unos atardeceres, o una procesión de Semana Santa.

Porque la realidad es que, para obtener una buena foto, lo sustancial no ha variado demasiado, ya que la clave sigue estando en la elección del momento y en el aprovechamiento de la luz, aunque algunos prefieren decir que lo importante es la mirada o la imaginación, y esas cualidades y circunstancias no las suple ninguna cámara, ni ningún programa informático, porque se encuentran dentro de cada fotógrafo. De manera que siempre destacarán las fotografías de artistas y profesionales sobre las realizadas por aficionados, porque para lograr imágenes que lleguen a impresionar o a conmover hay que llevar por dentro alma de artista y por fuera un bagaje de conocimientos de los que no se suele disponer.

Entre los grandes fotógrafos españoles consagrados, los hay que prefieren el blanco y negro, como Alberto García-Alix, o Chema Madoz, ambos premios nacionales de fotografía, y quienes se inclinan, quizás más, por el uso del color, como Ouka Leele, Isabel Muñoz o Cristina García Rodero (Única en España que trabaja para la prestigiosa agencia Mágnum) todas, también, premios nacionales de fotografía.

Lo cierto es que sea quien sea el autor o autora de unas determinadas obras, con carácter general, las fotos en blanco y negro llegan a impresionar más que las realizadas en color, sobre todo cuando el tema elegido es el retrato, y con mayor fuerza aún si se trata de imágenes tomadas hace muchos años, en zonas deprimidas o en situaciones dramáticas, en aquellas donde alguien llora si derramar una sola lágrima o grita sin que de su boca salga una sola palabra. Sirvan como ejemplo las inmortalizadas por Kappa en la Guerra Civil Española, o las tomadas por Rafael Sanz Lobato en tierras alistanas.

Sin llegar a encogernos el corazón, algo parecido llegamos a sentir cuando revisamos fotos familiares en las que aparecen algunos de nuestros antepasados, o incluso nosotros mismos. Unas y otras dan la impresión que recogen situaciones que no han llegado a existir, o que no hemos vivido, que son cosas del pasado difíciles de ubicar, como si hubieran sucedido, por poner por caso, en la Batalla de Toro, en el caso que hubiera existido entonces la fotografía. Pero lo cierto es que es una congelación de un instante, de un momento cualquiera del pasado, una imagen que deja rastro de unos personajes que o bien eran sujetos pasivos de la actuación del fotógrafo, o que posaban, como buenamente podían, para salir más favorecidos.

Nuestro Ayuntamiento Viejo viene sirviendo como soporte, todas las "Semana Santas", de un ramillete de fotos antiguas, probablemente hechas por Gullón o Suena, con personajes zamoranos asistiendo a los desfiles procesionales. Todos los años los escudriño con verdadero interés para ver si soy capaz de identificar a alguien, cosa que, hasta el momento, no he conseguido, pero siempre doy con alguno que parece mirarme con los ojos abiertos como platos. No descarto que, cualquier año de estos, de entre los niños con pantalón corto que aparecen en las primeras filas de esas imágenes encuentre alguna figura conocida, que incluso, llegando a rizar el rizo, pueda llegar a ser la mía.