Viene ocurriendo que, con motivo del bicentenario del Museo del Prado, raro es el medio de comunicación que no ha hecho la pregunta recurrente a gente importante de diversa profesión sobre el cuadro de nuestra pinacoteca nacional que prefieren. Como un servidor no es importante ni famoso, ni se me espera por esos pagos, voy a revelar la pintura que a mí me encanta aprovechando que acabo de verla por enésima vez, ahora más nítida y gloriosamente hermosa, tras la última restauración.

Por si me paso de adjetivos, voy a nombrar enseguida mi cuadro adorado del Museo. Se trata de La Anunciación de Fra Angélico.

A veces también preguntan: "Qué cuadro salvaría usted en caso de un incendio?" . Como si esa pintura pudiera ser resumen y compendio de la Historia del Arte. Pues bien, mi pintura elegida bien podría ser el compendio no sólo del arte más excelso sino de la mejor y más poética teología. En este sentido lo tiene todo, hasta el punto que si uno fuese ignorante de nuestra cultura y civilización cristiana y mirase tal perla de arte, se imaginaría un mundo esencialmente bello y armonioso. El mérito de dicha creación artística se sustenta en muchos factores. En primer lugar, con ella entra en plenitud lo que entendemos por Renacimiento y no es de extrañar que uno de los genios que sellaron el esplendor de dicho estilo: Miguel Ángel, alabase al artista comentando que "Fra Angélico debió haber visto a la Virgen en los cielos antes de pintarla en la Anunciación".

No solo la cara de la Virgen; color y forma en el cuadro armonizan de tal modo que es un deleite mirar ese momento milagroso retratado con con dulzura pero sin amaneramiento ni ostentación. En la línea espiritual de Miguel Ángel podemos decir que la paleta del pintor debió tener los colores y pigmentos milagrosos que hicieron posible una pintura que habría que mirar de rodillas.

Lo cierto es que el hecho retratado ocurrió en la tierra. Fue el primer momento o prólogo de todo. Aquí se produce la primera manifestación de Dios en los nuevos tiempos, a través de un mensajero que anuncia el plan divino en un porche soleado y con el techo de azul lapislázuli, a juego con el manto de María, como para indicarnos el cielo protector bajo el que vive la futura madre de Jesús. Sobre un tirante de la estructura porticada, una golondrina es testigo del evento que cambiará la historia; detalle candoroso por el prestigio benéfico del avecilla con querencia demostrada por anidar en aleros de los poblados y con el mensaje implícito, bienhechor, que tienen esos pájaros al llegar la primavera.

El pintor idealiza el momento que conocemos por la Historia Sagrada. Nos muestra a una mujer hermosa y a la vez receptiva de lo que inesperadamente se le propone.

La escena tiene lugar en el pórtico de la casa de María donde el ángel se presenta con reverencia, cual embajador que entrega sus cartas credenciales con respeto y humildad, compartiendo con la mujer gesto y complicidad con los planes divinos. Las dos figuras: el ángel y María tienen un tratamiento pictórico primoroso: él por la importancia del mensaje que trae, y ella por la noticia que recibe. El pintor sabe la trascendencia del papel de ambos y los sitúa y pinta con la armonía física y espiritual acordes con ese primer misterio gozoso del Rosario: La Anunciación.

Todo el cuadro es un cúmulo de aciertos, visto desde cualquier punto.

Para lograr una obra de semejante encanto hay que tener oficio y devoción, técnica y e inspiración, y ésta no llegará sin una fe profunda en el misterio que quieres narrar con los pinceles.

El artista ha logrado un resultado tan sublime como el que alcanza San Juan de la Cruz en su poesía amorosa en clave mística. Los dos son frailes y ambos grandes orantes, sin que sea fácil deslindar poesía y contemplación en el poeta castellano, o arte y devoción en el fraile florentino cuyas virtudes artísticas se atribuyeron a un don celestial, o sea, que pintaba como los ángeles, por lo que "Fray Angélico" fue el sobrenombre artístico que se le dio póstumamente al humilde pintor dominico, de nombre Guido di Pietro. La fama de su pintura religiosa quedó reconocida en el siglo XVI por Vasari, arquitecto, escritor e historiador del arte que dejó escrito: "Nunca levantó el pincel sin decir una oración, ni pintó el crucifijo sin que las lágrimas resbalaran por sus mejillas".

Lágrimas casi vierten también Adán y Eva, que el pintor coloca en el jardín de la casa de la Virgen, como si fuese el Edén del que fueron expulsados, para realzar el papel corredentor de María, la nueva madre de los creyentes.

Dos escenas, dos secuencias temporales narradas a un tiempo por la pericia artística del pintor que sabe unificar el mensaje. Y ese gozo adelantado pero discreto -celebración de lo que va a llegar, cuando Jesús nazca- es lo que resplandece en esta famosa pintura, con el feliz hallazgo de color y forma, ambiente y luz, que resplandecen en ella.

Esta pintura sobre tabla, procedente de Italia, fue regalada al Duque de Lerma. A esa villa me dirijo para contemplar "Las Edades del hombre" que, curiosamente, lleva como hilo conductor en sus exposiciones el tema de los ángeles. De ellos hablaremos un día, si Dios quiere, como tanto le gustaba a Fra Angélico.