"Tell me and I forget, teach me and I may remember, involve me and I learn" ("Cuéntame y olvido, enséñame y puede que recuerde, implícame y aprendo"). Bejamin Franklin

Recientes procesos de selección de empresas como Google, Apple, IBM o E&Y, donde no se requería título universitario de acceso, han reavivado en Estados Unidos un doble debate en torno a la universidad: qué rol debe asumir y cómo llevarlo a término. Mientras los expertos se centran en cómo realizar la transformación, artículos como "15 companies that no longer require employees to have a college degree" (CNBC) avivan una corriente de opinión, cada vez menos residual, que predice a medio plazo el fin de la universidad.

En su libro "The end of college" (Ed. Riverhead Books, 2015), Kevin Carey¹ establece que asistimos a la última etapa degenerativa de una docencia universitaria impartida por instituciones obsoletas y elitistas, más preocupadas por su estatus ("Colleges weren't selling education [...] they were selling the signs and signals of success") que por los resultados educativos, y cuyo principal valor añadido es la credencial que otorgan. ¿Por qué la última? Porque el contexto ha cambiado, dándose ya las condiciones (conjunción temporal de una crisis económica con la democratización del acceso a Internet) para la mayor metamorfosis de la docencia desde el siglo XIX.

Carey considera que de las cenizas resultantes resurgirá la "University of everywhere", una universidad digital, no presencial, gratuita y de plena vinculación con el mundo laboral ("anyone, anywhere, at any time"); un innovador concepto cuyos profetas han sido la irrupción de MOOCs (Massive Open Online Courses) en 2011 y el proyecto Minerva² en 2012, del que Carey es un fiel promotor. Minerva propone un modelo híbrido entre la educación abierta y la convencional, alternando clases online y presenciales itinerantes en 7 ciudades de 3 continentes, y con una oferta educativa basada en el principio "learning by doing", donde prima la práctica frente a la teoría.

Las tesis de Carey han sido respaldadas por académicos e instituciones al frente, generalmente, de modelos alternativos de enseñanza Tal es el caso de Peter Smith³, impulsor de la Open Education Kaplan University y de diversos programas de educación abierta, o de la célebre Perdue University de Indiana (sirva de ejemplo su 10º puesto mundial en universidades de ingeniería, tecnología y computación) que ha lanzado una línea docente en paralelo a la convencional bajo estos principios.

Pero no todo el sector comparte esas tesis. Profesores como John Seery han manifestado su desconcierto ante la ausencia de datos concretos que las sustenten, considerando que son desde teorías sin base científica hasta invenciones con ánimo de lucro. En su opinión, la fiebre de los MOOC experimenta un ciclo hype que ya ha rebasado el pico de expectativas sobredimensionadas y está en caída libre. Considera que, tras el espejismo inicial, solo llegará la estabilidad cuando se enfoquen a su público objetivo real, personas formadas que buscan un complemento, citando al propio Carey como ejemplo.

Seery también valora la propuesta de Minerva, desde su conocimiento como miembro de la junta que analizó y declinó la propuesta de asociación recibida por el Ponoma College. Primero duda que una empresa con ánimo de lucro sea ecuánime a la hora de impartir una educación libre, incorruptible y en búsqueda de la verdad; segundo niega que la educación online pueda reemplazar la tradicional, al prescindir de elementos capitales como ausencia de laboratorios y educación física, o la incompatibilidad con asignaturas específicas (humanidades, arte...); por último reivindica el rol de "formar personas" de la universidad, hecho que requiere de relaciones "face to face" y en periodos prolongados.

Más allá de tesis distópicas como la de Carey, o réplicas como la de Seery, hay tres aspectos a subrayar. En primer lugar, si hay motivos de alarma y espacio de mejora. En el libro Academically Adrift: Limited Learning on College Campuses (Ed. University Of Chicago Press, 2011), Richard Arum y Josipa Roksa establecen que un 45% de los universitarios norteamericanos no mejora sus habilidades (pensamiento crítico, razonamiento complejo y escritura entre otras) durante la estancia universitaria. Para ello analizaron a más de 2300 estudiantes de 24 instituciones durante 2 años. Es un dato preocupante a valorar detenidamente.

En segundo lugar, la formación online ni es perfecta, ni parece que pueda ser para todo y para todos. Si hay un consenso generalizado en que la gestión de talento profesional valora cada vez más las habilidades personales (pensamiento crítico, gestión del cambio, innovación, trabajo en equipo, razonamiento complejo, comunicación efectiva, etc.), como elemento diferenciador significativo de un candidato frente a otro... ¡Justo el punto donde la educación tradicional -a priori- sale reforzada!

En tercer y último lugar, las tesis de Carey plantean preguntas que deja sin respuesta. ¿Debe predominar el interés público frente al privado? ¿Cómo formar en puestos inexistentes pero que serán demandados en 10 años? ¿Quien garantizará la calidad docente en plena atomización de la oferta? ¿Cómo van a financiar las universidades los costosos proyectos de investigación que desarrollan se impone una educación gratuita? ¿Cómo incorporar las habilidades sociales a la enseñanza online? ¿Cómo solucionar el latente desequilibrio entre oferta y demanda que se va a generar en algunas carreras?

Admitiendo la idea de Carey de que la educación actual va a implosionar, conviene recordar que frente a una explosión, sea exógena o endógena, hay dos comportamientos: quienes corren antes y quienes corren después. Los primeros, quienes anticiparon lo que sucedería, corren en una dirección concreta, mientras los segundos corren en cualquier dirección. No es de extrañar las enormes inversiones de la industria docente para estar en el primer grupo. Falta comprobar quien, pensando que está en el primero, acabará con el cuerpo a tierra.