La política que es el arte de gobernar parece haber resuelto la eterna discusión filosófica y lingüística sobre si fue antes el logos o el pensamiento, las palabras o los conceptos y la relación entre ambos, a favor de las palabras.

Sólo así se explica la importancia que se ha dado en la configuración de los gobiernos de derechas del "trifachito" (de momento entrecomillado hasta que diga la Real Academia), la denominación de la violencia que trata de explicar por qué hay tantos hombres que asesinan a las mujeres que son sus parejas sentimentales o que se creen con derecho a violar a una mujer "cualquiera" (otra palabra que no significa lo mismo según se aplique a un hombre don nadie o a una fulana mujer).

También en la configuración del gobierno de España lenguaje e ideas se confrontan para no llegar a acuerdos entre socios preferentes, defendiendo unos la coalición que exige cooperar y otros la cooperación que sólo exige votar para formar gobierno, en un ejercicio de desconfianza mutua que impide cooperar para gobernar en coalición. O algo parecido para justificar que el PSOE no quiere gobernar con los de IU aunque estén con Podemos una vez más; que antes prefiere gobernar con los separatistas y golpistas de CiU como antaño que, como han cambiado de nombre y de líder, ya no hay quien se aclare y cuela todo.

Y por si no ha quedado claro el galimatías del párrafo anterior, sirva el lenguaje para aclarar que se hablaba o escribía del gobierno de este país, del Estado plurinacional español, de la Nación española de ¡viva España!, o de la España misma y olé de toros, bandera rojigualda y pasodoble de la Patria ni tocármela. Cuatro maneras de nombrar la misma realidad del territorio en que vivimos: País, Estado, Nación, Patria, España. Y cada una preferida según la ideología.

También existe el lenguaje políticamente correcto para definir otras realidades, algunas veces afortunadamente con la sensibilidad social que permita una denominación no ofensiva o que defina mejor las situaciones personales, como es el caso de los denominados "subnormales" con toda la naturalidad (como si hubiera alguien por debajo de la normalidad), que pasaron a llamarse "discapacitados" (como si no fueran capaces) y ahora son personas con discapacidad. O sea, como todas y normales por fin. Esto revela la importancia del lenguaje en la formación de los conceptos y las ideas. O viceversa.

Ese lenguaje que, además de en la política donde hay quien defiende que no existe la clásica diferencia entre derecha e izquierda sino entre los de arriba y los de abajo (por si no estaban ya suficientemente confusos los conceptos), cada vez adquiere más importancia en el mundo del trabajo, donde se ha cambiado progresivamente el lenguaje para suavizar la realidad de las desigualdades: la lucha de clases por la concertación colectiva; el proletario por el obrero, trabajador o empleado; el patrón por el empresario, empleador o emprendedor; el parado por el desempleado; el explotado por el precario; el sindicato por la organización de trabajadores, y la cola del paro por el itinerario formativo ocupacional de los cojones.

Y hablando de sexo y ya fuera de la política y del trabajo, en la sociedad civil el lenguaje sexista se ha encargado de denominar hombres públicos a los dignos representantes de la ciudadanía, y mujeres públicas a las putas; de llamar zorros a los hombres listos, y zorras a las putas otra vez; y hasta de calificar a este artículo sin pretensiones de coñazo porque no hay quien siga leyéndolo o de cojonudo que es lo que es, porque lo digo yo que soy mujer pública porque soy un poco concejala y zorra porque soy un poco lista (y de coñazo nada hasta que la RAE cambie el significado o lo cambiemos nosotras con un par... de ovarios, que esos sí tienen huevos u óvulos que es más fino).

Entre las religiones también casi todos los dioses se representan como hombres. Así en la Católica de los tres dioses en uno, dos son hombres (el otro se representa por una paloma); mientras que en las politeístas donde hay muchas divinidades, las pocas diosas que existen se dedican a la fertilidad, la tierra madre, las artes, la literatura y esas cosas de mujeres alejadas del poder. No es de extrañar esta situación porque según el Génesis, fue a Dios a quien se le ocurrió encargar a Adán poner nombre "a todos los animales y a las aves de los cielos, y a todo el ganado del campo". Luego se cansó y le sacaron a Eva de la costilla, pero ya era tarde y el lenguaje era machista.

Ese lenguaje machista que utiliza sólo el género masculino para definir a ambos géneros, pese a que en muchos casos tienen un nombre distinto (por ejemplo en el caso de hombre y mujer sin ir más lejos), o con la disculpa de que decir "compañeros y compañeras" alarga los discursos en los que no se dicen nada más que obviedades o barbaridades del tipo de los que defienden que la violencia siempre es igual y que hay que llamarla intrafamiliar porque hay malas relaciones entre cuñados (otro clásico) o madres que matan a sus hijos (otra barbaridad más).

Los que se creen en posesión de la razón y la verdad, en lugar de dejar que las exageradas y equivocadas feministas digamos cosas como las escritas, hacen de las palabras una razón de estado para formar gobiernos e imponen condiciones como llamar violencia intrafamiliar a los asesinatos y violaciones de mujeres cada vez más numerosas. Y para esconder su fascista ideología económica y social se inventan la ideología de género para atacar a las mujeres que caen en esta España nuestra a más de una diaria, cada vez más.

Pero lo que hay en la sociedad es, además de ideología machista y violencia de género, una carnicería. Y estamos hartas y hartos de callar otro minuto de silencio por una muerta más y una mujer menos cada día y todos los días de este verano. Y de oír a dioses, reyes y tribunos que una violación no es un abuso, y que la violencia de género es intrafamiliar.

Todo porque hay que luchar contra la violencia de género contra las mujeres, con una ideología que defienda la igualdad entre seres humanos, sean mujeres u hombres, inmigrantes o autóctonos.

La misma clase obrera, define una ideología. Negar la violencia de género define otra.