No puedo presumir de conocer a Leonardo DiCaprio, pero disfruté de un rato en su compañía, en un ambiente donde el mito no necesitaba fingir. Es el hombre feliz por completo, indiferente hasta la ceguera respecto al universo que le rodea y que siempre incluye al menos a una mujer irreal. Al contemplarlo en directo, no entendí sus personajes oleaginosos. En "Érase una vez... en Hollywood" lo he confundido por primera vez con un actor, y al detestable Quentin Tarantino con un cineasta, dignidad que extravió a partir de la seminal "Pulp fiction".

No es una buena película más. Es necesario haberse tragado la deplorable cartelera de superhéroes con leotardos y familias españolas disfuncionales, para apreciar en "Érase una vez..." uno de los grandes espectáculos contemporáneos. La apoteosis de Tarantino no se agota con la primera degustación. Y sí, es racista, fundamentalmente contra la raza blanca. También misógina, si se descuenta el maltrato a los varones. Y xenófoba, en especial contra Estados Unidos. Y fascista, etcétera, etcétera. El único ser puro es un perro peligroso.

El crepuscular Brad Pitt se resigna magistral a segundo violín de DiCaprio, en su mejor trabajo desde "Ocean's Eleven". Se le adjudica la recreación del legendario especialista Hal Needham, pero en realidad interpreta al Robert Redford de "Dos hombres y un destino". Ante su jefe que no amigo, adopta la señorial deferencia de Viggo Mortensen en "The Green Book", menos la panza. Su descacharrante escena contra Bruce Lee pasará a la historia del cine. Kareem Abdul Jabbar la acusa de racista, otro indicio de que Tarantino ha recuperado el genio.

El orgullo patriótico obliga a reseñar que la excepcional banda sonora viene definida por el "Bring a little lovin" de "Los Bravos", que se consagran como la banda española de mayor proyección internacional de todos los tiempos Su solista, Mike Kennedy, conoció la fama incierta de DiCaprio, para desembocar en la modestia del personaje de Brad Pitt.

El director logra arrinconar los crímenes de Charles Manson, el Satanás idolatrado por la jet set contemporánea. Y se guarda para el desenlace una bagarre digna de los hermanos Marx en el infierno, con recuerdos al "True Romance" escrito por Tarantino. ¿Y dónde está Margot Robbie? Pura presencia sin diálogos, quienes iban a adorarla como Sharon Tate se quedaron sin aliento ante la salvaje naturalidad (mérito del director, en las fotos sale congelada) de Margaret Qualley. Ha nacido otra estrella, por algo surgió del cuerpo de Andie McDowell.